Resulta que, a veces, las intuiciones más primarias, aquellas que forman parte indivisible de nuestra existencia, deben de ser clasificadas científicamente para ser tenidas en cuenta, si no por la mayoría, al menos por el grueso de los vivos. Y a eso se han dedicado unos «hippies» en la Universidad de Harvard durante los últimos setenta y cinco años. El experimento en cuestión, denominado «Estudio sobre el desarrollo adulto» y financiado mediante recursos privados, pretende determinar qué es lo que nos mantiene en forma y contentos a lo largo de toda una vida… y resulta que, ¡sorpresa!, no es ni el dinero ni la fama.
En 1944 y con este fin se crearon dos grupos —a día de hoy son sus nietos quienes lo perpetúan— que, a la larga, mostraron comportamientos sociales antagónicos. Uno, el más longevo, se caracterizó por mantener estrechos lazos con sus familiares, conservar a los mismos colegas crápulas de siempre y ser capaces de dormir siete horas del tirón, con los beneficios para la salud que implica beber y descansar en paz con uno mismo; el otro, propenso a la soledad y las relaciones abruptas, comenzó a flaquear a los cincuenta, ignorando que la interacción social, el amor y la confianza guardan, en definitiva, el secreto de la felicidad.
¿Por qué en 2019 seguimos empeñados en negar esta evidencia? Pues porque somos mortales y deseamos algo rápido e indoloro, un tiro que sane nuestros males al instante, justo lo contrario de la oferta de las relaciones, sinónimo de picar piedra, idas y movidas, abono y riego… el antiglamour, vamos. Cambiemos focos por paseos bajo la luna, Casios por citas de noche, batidos de comino por cerveza, correos por morreos. No hay tiempo que perder; no lo hay, de verdad que no, y menos para ser famosos o millonarios.
