Sábado 14 de mayo. Se suspende la Semana Santa. Repito. Se suspenden las próximas semanas de vida hasta mayo. Y Dios no ayuda. Quizás está contagiado también. La curva tampoco desciende. Es más, España es hoy el segundo país con más casos por coronavirus después de Italia. El lunes tendremos el dudoso honor de llegar los primeros. Atasco en el aparcamiento de La Pedriza. Otra nota de voz. Mi amigo Borja atrapado en Marruecos. Español. Un refugiado intentando atravesar el Estrecho. Tiene miedo. Y yo también. Todos somos iguales ante la enfermedad.
Salgo a comprar comida. La luz es resplandor. El sol está pintado. Madrid en marzo parece agosto. Una chica con cascos tose en el paso de cebra. Contengo la respiración. El Carrefour es un baile de lejía, silencio y mascarillas. Compro vino y flores. Mantenemos un metro de separación en la cola. Regreso a casa. Me lavo las manos. Tres veces. Todos en casa por haber desmantelado la sanidad pública. Fin de las existencias de Satisfayer en Amazon. Por lo menos que el Apocalipsis nos pille follando.
En el fondo de nuestra alma negra nos alegramos de que suceda algo así. ¿Será posible crear algo mejor desde las cenizas? Eso sí, sobran los memes y los chistes. Son peores que la enfermedad. A las 22:00 Madrid aplaude. Y Barcelona. Los médicos y auxiliares unen a un país en guerra. Pablo Casado en la tele. Hijo de puta. Brad Pitt tenía razón: «Where is my mind» es la banda sonora de tiempos oscuros. Sigue siendo más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo. Otra cosa. Quince días en casa; diez kilos más. «With your feet on the air and your head on the ground». Y el verano se duerme en mis párpados.
