Domingo 15 de mayo. Se confirma. ¡Qué tristes son los domingos en Orly! Y una duda. ¿En qué convertimos el tiempo cuando es tiempo (impuesto) lo único que tenemos? En nada. Solo sabemos que la política queda por detrás de la supervivencia. Quizás por eso un grupo de viejos juega a la petanca. Nos aterra el aburrimiento. Enfrentarnos a nosotros mismos. Comprobar que la calidad del aire mejora exponencialmente mientras la muerte desborda la UCI. Por primera vez quiero un perro. Nota. En casa ya no hay peleas por bajar la basura.
Tranquilos. Mi amigo Borja logró atravesar el Estrecho. Lo confirma; Algeciras es tan fea como el virus. A pesar del miedo, los franceses han salido a votar. ¡Mon dieu! Resulta que los locos no eran los romanos. París no se acaba nunca y el mundo rural tampoco necesita ser repoblado ahora. Está claro que ignorar los errores del pasado no es patrimonio exclusivo del español torpe. El encierro va para largo. Por lo menos hasta mediados de abril. Casi mayo. Previsión alcista de la tasa de divorcios y alcoholismo. Embriaguemos la primavera. De vino, de poesía, de porno y fotos del verano pasado.
Llueve. En cada gota brilla una promesa. Los camioneros la transportan en furgones. Junto al papel higiénico. ¿Escucharán los médicos y auxiliares la ronda de aplausos? Quizás no. En realidad, aplaudimos para nosotros. Veo «Operación Dragón» mientras otros salvan vidas. «No penséis. Sentid. Como el dedo que apunta a la luna; si os concentráis en el dedo os perderéis la gloria celestial». La gloria terrestre es un donante de sangre. Los buenos tiempos fueron hace una semana. Faltan noventa y siete días, cinco horas y cincuenta y ocho minutos para que empiece oficialmente el verano. ¿Cuánto para la vacuna?
