El mundo que vendrá

El lunes ha vuelto y con él una nueva semana que, a día de hoy, es futuro incierto. Es por eso que, dado que no sabemos lo que será, convendría anticiparlo, conectarlo con lo sucedido después de la Gran Depresión (1929) o con el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), fantasear con un mundo no necesariamente peor, sino diferente. Porque por fin las empresas van a entender que es posible trabajar desde casa y ser productivos —a pesar de no quitarnos el pijama—, reunirse en una pantalla de móvil, dejar en casa a los niños con el padre, reducir la brecha salarial —para los que mantengan el trabajo, claro–. En definitiva, avanzar sin movernos.

Por otro lado, ahora que le hemos pedido a los más jóvenes que no salgan y se queden en casa apelando a la responsabilidad civil y el respeto por los más débiles, quizás ellos exijan medidas drásticas a los más «puretas», sobre todo en lo relativo al medio ambiente, al sol y un planeta en llamas, ganarse el respeto que se le negó a Greta Thunberg por el hecho de ser niña y menor. Por fin, el mundo será global, pero no en el sentido de la libre circulación de personas mercancías y capitales, sino porque alberga un objetivo común: recuperar la maltrecha salud de los que lo pueblan.

Quizás, en unos meses, seremos capaces de abrir las ventanas y apreciar de otra manera el horizonte, Castilla, las cementeras, los abrazos cargados de intención, el sexo sucio y bien duro, la música y el sonido que la crea, el peso de la comunidad, los aplausos y la sanidad pública. Ya se sabe que la imaginación no entiende de likes y funciona mejor entre tinieblas que a plena luz. Veremos.

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