Las pajas a escondidas

Ahora que todo apunta a que el fin del encierro es una teoría escrita a tiza sobre un espacio-tiempo difuso, muchos de nosotros (y ante las nulas expectativas de empleo en los próximos meses) hemos decidido limitar nuestro universo a una habitación, salir a la calle solamente para hacer pis y perfeccionar técnicas abandonadas por el ajetreo de un día a día que ya no es tal, sino simple repetición. Así es como desde hace semanas, un onanista consumado como yo y miles de españoles con pareja nos dedicamos a perfeccionar las pajas a escondidas.

Y es que nadie dijo que «disfrutar» del confinamiento en soledad fuera fácil, pero tampoco compartir cada segundo con la persona correcta, la misma que, entre el desánimo y las estaciones invisibles, adquiere la forma de ese compañero de vida eterna al que burlar. Poco a poco, un juego con final feliz imita un modo de vida en el que cualquier resquicio es aprovechado para mejorar una técnica milenaria. Aquí no se trata de correrse, más bien de buscar nuevos retos.

Hace dos meses, el momento elegido era la noche. Después intercambiamos oscuridad por luz blanca, y comenzamos a aprovechar los minutos de descanso que daban bajar la basura o ir a comprar mascarillas. Ahora la satisfacción está en el riesgo, en hacerlo pared con pared o mientras hace una videollamada desde el otro lado de la cama. En momentos de cólera generalizada tocarse nos garantiza dos cosas: hacer el amor con alguien al que amamos y la sensación insuperable de hacerlo con alguien amado cerca.

Ilustración: https://designsbyduvetdays.com/

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