La fotografía muestra un mapa de Madrid entre 1936 y 1939. Elaborado por los arquitectos Luis de Sobrón y Enrique Bordes, nos da una idea muy clara del urbicidio —el primero en la historia de la (des)humanidad— causado por fuego enemigo, el mismo que a base de morteros, traición y sangre acabaría gobernando este país. Llama la atención que la parte superior derecha, correspondiente al ya infame distrito de Salamanca, apenas recibiera impactos. Razón: la gran mayoría de sus vecinos eran partidarios de la sublevación… por la fuerza, claro.
El tiempo ha ido pasando para todos. El centro de Madrid es ahora una copia de una copia de cualquier otra capital y, sin embargo, la calle de Nuñez de Balboa mantiene la piel de siempre, radiante, suspendida en una nube de formol y perfumes caros, habitada por gente decente que no está acostumbrada a perder y que ahora se manifiesta en grupo sin objetivo ni causa justificada. Y así demuestran su amor por una patria que, según ellos, siempre ha sido una, grande y libre.
Vivimos un esperpento diario. Por esa razón es lícito aplicar lemas revolucionarios a los inmovilistas más españoles, precisamente porque esta vez es más probable que nunca que las bombas caigan en sus patios y caballerizas, en sus alcobas con vistas al Retiro y en esas vidas al margen de un pueblo que por fin es pueblo porque incluye al pobre y al rico. Pijos, repetid conmigo: «Liberté, Égalité, Fraternité… y Audis TT». Y así nos olvidamos de la muerte.
