Nunca antes la frase «Salimos más fuertes» había sonado tan hueca. Será porque se trata de un eslogan patrocinado, tal vez porque, a falta de fútbol, las terrazas se convierten en el equipo nacional o porque la palidez y la cautela van en contra de las libertades individuales. Porque ¿quienes salen fortalecidos después de esto? ¿Los familiares de los muertos? ¿Los empresarios acuciados por las deudas? ¿El personal sanitario renunciando a la baja? ¿Una sociedad equidistante? Pues alguien habrá si lo escriben con mayúsculas todos los periódicos.
Y es que las palabras se las lleva el virus y también sobran cuando son pronunciadas en una primavera que es recuerdo, en una playa convertida en sueño húmedo, en una calle que intercambia pan por rabia. Será porque sin obras que las acompañen no son más que promesas incumplidas. Y eso duele.
Es cierto que todas las crisis espolean la imaginación de los menos soñadores. Incluso permite definir las bases de una convivencia que es el ejemplo más claro de un milagro, pero como decía Bertolt Brecht, «lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer». De pronto, al leer la palabra fuertes escrita en un papel me sacude la debilidad. Tendré que reírme para alejar los fantasmas del espanto.

Ni más fuertes, ni más unidos ni nada, me temo. Si acaso, más cansados.
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Desde luego que esto ha sido un descalabro total, vital y emocional. Qué pena las palabras, ¿verdad? Ni siquiera con ellas se remonta…
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