Ni es nuevo ni es normal

Fui al supermercado por primera vez en tres meses. Necesitaba pollo, cebollino, salsa barbacoa, plátanos, cerveza y arroz SOS. Protegí mis manos con guantes desechables, guardé otro par en el bolsillo, me ajusté la mascarilla hasta las pestañas y convertí la distancia de seguridad en un consuelo. Sección de frutas y hortalizas. ¿Alguien es capaz de abrir una bolsa dispensable con las manos plastificadas? ¿Y cómo pegas la etiqueta al producto recién pesado si ésta se pega a su vez a unos guantes adheridos a una piel del color de la Nivea? Nunca lo sabré.

Resultado. Pasé por delante del carnicero con las manos llenas de códigos de barras y la sensación de que la vida me pasaba por encima una vez más. Luego hice la cola amenazando con la mirada a los que suspenden en física y disfruté de la conversación con el cajero. Si ya de por sí hablo en voz baja, ahora nadie me entiende al hacerlo a través de un trozo de tela. Me suda la cara, me lloran los ojos y todo se va al traste al intentar sacar la tarjeta atrapada entre el DNI y el abono transporte.

Regresé a casa hecho polvo, sin aire, flojo. Desinfecté los envases con gel hidroalcohólico, tomé una ducha con mucho jabón y encendí la televisión con el codo. Apareció un mapa de España. En verde claro las zonas donde puedes hacer lo que te salga de los cojones. En verde oscuro lo mismo, pero con otro color. Me dio por pensar. En ningún momento actué creyendo hacer las cosas bien y, sin embargo, supe que estamos haciendo casi todo mal.

Ilustración: Akihito Takuma

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