La señorita Escarlata en el fondo del río

Ha sido un efecto dominó de fichas segregacionistas. Comenzó con una rodilla blanca en el cuello de George Floyd seguida de varios grafitis en el monumento de Robert E. Lee en Virginia y en la estatua de Frank Rizzo en Nueva York. Después las protestas saltaron el Atlántico y la versión en bronce de Edward Colson terminó en el fondo del río, el rey Leopoldo II decorado con un «perdón» en letras góticas, hasta llegar a la retirada de «Lo que el viento se llevó» del catálogo de películas de HBO. Dicen que eliminar estos símbolos implica la evolución de la sociedad. No estoy de acuerdo.

La búsqueda de justicia social se impone al juicio y, de pronto, confundimos tótems con patrimonio, monumentos en honor al pasado con la retórica del presente y sus ideas. De esta forma, es necesario sustituir las recreaciones de regímenes dictatoriales o racistas por otras en consonancia con una sociedad líquida y que hoy demuestra que los trucos de magia y furia no son la solución. Mejor buscar otros emplazamientos, cerca del cementerio o en un baño público.

Y es que todo pasa por la creación de nuevos espacios en los que no exista el debate, sino una contextualización del ayer con las miras del 2020, en las que un negro muriendo ante millones de personas pueda convertir el Valle de los Caídos en un recuerdo del horror y no en lugar de peregrinación para nostálgicos. Lo mismo sucede con el cine. Resulta que Hattie McDaniel, la sirvienta de la señorita Escarlata, fue la primera actriz afroamericana en ganar un Oscar. Y así se cuenta la historia.

Ilustración: http://www.vanityfair.com

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