Así es. Este 21 de junio de 2020 es un día atípico por lo de ser domingo de música y sol… sin conciertos. Porque así son las cosas ahora y, mientras seguimos buscando una solución presencial para los actos que se nutren de la congregación de masas, la música florece en interiores, bajo la atenta mirada de oídos pintando melodías, de un nuevo disco de Bob Dylan, del silencio hecho canción de tres acordes y un recuerdo.
Hablé con Santa Cecilia para preguntarle cómo está. Me respondió que bien, progresa adecuadamente en su refugio, entre liras y lirios, y ve con buenos ojos los conciertos enterrados en el coche. Aunque sea un poco fúnebre. Será porque la música para ser música solo necesita de una persona al otro lado, una caracola, un motor y un técnico capaz de hacerle justicia.
Hoy es el día del arte de combinar los sonidos en una secuencia temporal atendiendo a las leyes de la armonía, la melodía y el ritmo, «de la arquitectura del sonido», de «la gimnasia del alma», de esa «máquina de matar fascistas», de «aquello que empieza cuando acaba el lenguaje», de lo que tú quieras que sea. ¡Que vuelva pronto al escenario triste de este mundo raro!
