«¿Cómo estás?», pregunta envenenada. La pronunciamos muchas veces sin pensar, sin que nos importe. Porque en un «¿cómo estás?» está la excusa para comenzar la charla. Tal es así que podemos sustituirlo por un ¿qué tal?, un ¿cómo has estado?, un ¿qué hay?, un ¿oye, cómo vas? y hasta un horrible ¿bien o qué? y la respuesta nunca convence. Imposible encontrar una contestación sincera entre tanta prisa. «Bien», decimos casi siempre. Pero bien, lo que se dice bien, no estamos.
Por otro lado, nos gusta escuchar un «¿cómo estás?» sentido y con pausa, por mensaje o en el iris. Se trata de un cliché y la forma más antigua de alivio, dos palabras insuficientes para sanar, aunque suponen el inicio de una cura. Al fin al cabo los otros son parte fundamental de uno y el altruismo permite poseer lo único de verdad nuestro: los nuestros. ¿Cómo explicar la reacción de cualquiera cuando un amigo escucha la pregunta, toma aire, ladea la cabeza, mira los adoquines y responde «mal»? Ahora estamos hablando. Por fin.
«Bien» viene sin estridencias, ni buenas ni malas, normal sin las tres últimas letras. «Mal» implica todo un mundo que, de pronto, sale a la luz en el interior de una palabra corta y el »¿cómo estás?» pasa a convertirse en la pregunta más relevante del año, mucho más que el ¿quiénes somos?, el ¿de dónde venimos? y el ¿a dónde vamos? Tendremos que estar acompañados en la galaxia. Queda excluido de las respuesta el «ahí vamos» por considerarse ambiguo, más cuando se acerca el verano. La próxima vez que preguntéis «¿cómo estás?» hacedlo con ganas, con un poco de aire y con la certeza de que el alivio se parece un poco al miedo. Estamos de fábula y es lunes.

Ilustración: John Wesley