Los animales

Ya no se recluta a las bestias para la guerra. Se acabó eso de cargar muerte y suministros sobre elefantes y mulas, palomas y camellos. Ahora la munición y las noticias las transporta el hombre y la fibra, jóvenes con rodilleras en su defecto. Los gatos ven pasar lo trenes de la tristeza y siguen a lo suyo, buscando esquinas en la que dejar su olor, pidiendo comida detrás del cristal. Maúllan en un frío sólido, como de soga alrededor del cuello, ajenos a los límites fuera de su cerco de leche. Será por eso que mujeres y niños buscan hogar en camas de países vecinos. Extraña geografía del horror. Fieras nosotros.

Como un gato observo a los caballos desde la ventana de una casa de campo. Duermen, aunque podrían estar muertos. Un hombre agreste se acerca a la parcela y grita algo que no llego a entender. Así reviven las mal llamadas bestias, porque los verdaderos animales ocultan su vergüenza en uniformes, arrebatan a la fuerza lo que pertenece a los que ya se fueron, a los que resisten y a otros que vendrán con lágrimas y patria. Las únicas fronteras son montañas y valles, bosques y mar. Así lo confirma el perro a mis pies.

Levanta la cabeza, gira sobre sí mismo y me observa con cara de recién nacido. De alguna forma nos entendemos sabiendo que no hay por qué gustarse. Así comienzan las grandes historias de amor. Mientras, el sol sale de detrás de una nube y ellos, el gato, el caballo y el perro, los tres, respiran un aire de paz. Domésticos sí, pero también indomables. Entonces llego a la conclusión de que son los animales los únicos que miran de verdad, siempre al ventrículo, porque sólo ellos saben lo que está sucediendo, que es la vida en el mal sentido de la palabra.

Ilustración: とつかみさこ

Maldito maltrato animal

Visiono con un amago de nausea las imágenes, presuntamente cotidianas, del laboratorio Vivotecnia. El taller del horror, dedicado a la investigación toxicológica y farmacéutica con animales, muestra al ser humano en la peor de sus versiones: cruel e implacable, una bestia entre cerdos, ratas y monos torturados según los preceptos básicos de Auschwitz y Treblinka. Se excusan en que lo hacen en nombre de la ciencia, para salvar vidas. La banalidad del mal, patrimonio exclusivo del hombre fieramente humano, siempre actúa por cuenta propia gracias a la colaboración de sus vecinos, «buena gente, del barrio de toda la vida». Después de intubar a un perro sin anestesia, agitarlo por el cuello y dejarlo morir tras varios espasmos, el trabajador se quita el uniforme, regresa a casa y se come un sandwich vegano.

No es la primera vez que sucede algo así. Tampoco será la última. La experimentación con animales para ayudar a los humanos ha sido un gran fracaso. Desde el principio. A pesar de los importantes beneficios obtenidos para el bienestar de la sociedad, rompe las reglas del juego, esas que mencionan el equilibrio y la convivencia de todas las especies del planeta. Por supuesto, la tecnología desarrolla alternativas como las pruebas in vitro, el modelado informático y la microdosificación con voluntarios, inasumibles para ciertos sectores por razones económicas.

Supongo que este laboratorio será clausurado. Por el contrario, dudo que a corto plazo se replantee la relación del hombre y los animales, los que son utilizados como cobayas y también «humanizados» con lo último —zapatillas, gafas y abrigos incluidos— como si se tratara del complemento perfecto para el dueño. Resulta que los animales existen por su propia razón, lejos de los planes que tengamos para ellos. Da para reflexionar y maldecirnos.

Ilustración: http://www.bloodyhellbighead.com