Halagos

Los halagos son caricias en las sienes. El animal se ablanda, va perdiendo su paso por pares de patas diagonales… hasta elevarse. Al final lo montan. El halagado se pregunta si las caricias no eran en realidad para otras sienes, que él no hizo nada, aunque trató de merecerlas. Las caricias le empujan a un espacio en el que ni siquiera corre. No hay nada más triste que un caballo en una jaula. Halagos que terminan traicionando. Y a pesar de todo los buscamos en las sombras, a plena luz del día.

Son los amigos más cercanos los menos dados al halago. Ellos curan al animal cuando está herido, descargan la escopeta y le ayudan a recuperar el paso. Los actos más relevantes vienen exentos de elogios. Los elogios cuestan poco o nada. Las críticas proceden del corazón de las tinieblas. Halagos y críticas a lomos de palabras. En el fondo, todos esperamos un milagro. Nunca llega. Pero seguimos esperando.

Se puede levantar una montaña con halagos. Serviría para tapar el sol y algunas bocas. Casi todos los halagos son mentira. Hacen más llevadero el engaño de vivir creyendo que hacemos bien las cosas. Algunos halagos enmascaran un reproche. El animal vive ajeno a todos estos males. Se limita a atravesar el campo, intenta sorprenderse frente a un campo de amapolas entre el trigo verde. Las palabras crean y destruyen, dan forma al color y hasta alimentan. Debemos halagar desde el silencio. Y el caballo se aleja dejando a su paso pétalos de música.

Ilustración: Guy Billout

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