A mi me gusta poco hecha, payaso

Está claro que en España funcionan mejor los chascarrillos de palurdo que los datos avalados por la comunidad científica, como si de alguna forma la realidad supusiera un engorro del que desprenderse con un simple «a tu salud«, una foto de unas chuletas a la parrilla o un «si no tiene nada que hacer que no invente» destinado al perplejo ministro Garzón. El hombre diana se limitó a decir lo que todos saben y nadie quiere escuchar: comer mucha carne es malo para la salud y el planeta. Punto. Pero así, como el que habla de una obviedad, sin dirigirse a nadie en particular y mucho menos con la intención de coartar las libertades de aquellos que ven el entrecot el último reducto para hacer lo que les salga de los cojones, testosterona en filete, epítome de la desigualdad.

Esta enésima polémica no hace más que recrear otras pasadas con el tabaco, el alcohol, el sexo sin protección como protagonistas, actividades fieramente humanas rebatidas con un argumento tan prescindible como bobo: déjame comer tranquilo. Sustituyamos el sabroso verbo por cualquier otro de la primera, segunda y tercera conjugación y el resultado es un cateto. Ojo, que los hay muy ilustrados, pero es que aunque a la mona la vistas de seda, carne roja se queda.

Queda demostrado una vez más que el progreso sólo le gusta a unos pocos tildados de payasos y que incluso el desarrollo continuo, gradual y generalizado de una sociedad alimentada con cabeza viene envuelto en las viejas rencillas de la izquierda caviar y la derecha de cucharón. Sería maravilloso que durante unas horas, tampoco pido mucho, salgamos de nuestro estómago y miremos qué sucede antes, durante y después de que la comida llegue al plato. Resulta difícil cuando, sin querer, hemos dejado que la industria decida por nosotros y nuestro apetito desplace al cerebro. Es igual, «quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una explicación de tres párrafos». La carne roja en exceso mata, que la disfrutes.

Ilustración: the leo is all in the mind

El milagro de la moción de censura

Llevábamos meses sufriendo la bilis, exabruptos y desvaríos de una clase política convertida en virus. Ahí estaban ellas, Isabel Díaz Ayuso en dirección contraria por la A-6, o Andrea Levy confirmando la teoría del carrito del supermercado —siempre con una rueda a la virulé—. Pero no son las únicas. A la cabeza Ignacio Garriga lanzando piedras contra sus hermanos MENAS, o Jorge Buxadé empeñado en hacer a España grande otra vez… sin pelo. En este Mordor patrio, un lugar en el que no se pone el sol porque directamente no sale, hay días que es tan complicado respirar que los discursos de la moción de censura son percibidos como un rayito de esperanza en la frente con la forma de una esvástica.

De hecho, nuestro Pablo Casado estuvo estelar, moderadamente moderado y haciendo gala de dotes retóricas quizás desplegadas en el aula magna de Harvard, aunque desconocidas hasta la fecha en esta tribuna pública que es la ficción. Porque los milagros existen, pero sólo en el Congreso, y emocionarse con el líder del PP a estas alturas le convierte a uno en un mequetrefe, una persona timorata o en alguien que, por encima de ideologías y anhelos, quiere que las cosas vayan un poco mejor que fatal. Me inclino por la tercera.

De Sánchez e Iglesias mejor no decir nada porque lo tenían bastante fácil dado el grado de una farsa que respondía más al intento de un grupo de nazis por marcarse unos ollies en horario de máxima audiencia que de gobernar un país dislocado. En cuanto a Abascal, pues bueno, el traje le queda como un guante a este niño de teta repleto de costuras. El nivel es muy bajo y, sin embargo, ayer la nieve ardió.

Ilustración: Caza de marcianitos

Una segunda ola de bajón

El final de septiembre siempre se nos hizo bola. Las primeras lluvias marcan el cambio de estación y las pieles, poco a poco, recuperan ese color típico de las paredes recién encaladas. Además, a casi todos nos toca regresar al trabajo —si es que alguno está empleado a estas alturas—, y los primeros grises que anticipan el invierno comienzan a formar parte de la decoración del día a día. Para rematar el cuadro, a todo lo anterior hay que añadirle una segunda ola de contagios ya prevista, aunque expulsada del subconsciente colectivo por una simple cuestión de cordura. Bueno, pues es oficial. Y además se multa en las zonas confinadas.

Lo más curioso, sin contar la previsibilidad del fracaso entre ciencia y resultados a corto plazo, resulta comprobar —o puede que sólo sea una impresión de la ignorancia— que nada ha cambiado desde marzo. Nada excepto que ahora no hay quejas por el precios de las mascarillas y que éstas se han convertido en un complemento imprescindible junto a los condones y los pañuelos pa´ las lágrimas. Así, el «todo fluye, todo está en movimiento y nada dura eternamente» suena a la parrafada de turno de un borracho bautizado Heráclito. Será por culpa de Ayuso, o de Sánchez, o de Ayuso, o yo qué sé.

Hace meses que resulta complicadísimo vivir en el presente, que el pasado es el único búnker fiable. En cuanto al futuro, se trata de una variable petrificada en algún punto entre el verano-verano de 2021 y el otoño de esta civilización moderna. Cuando llegue, si es que lo vemos, nos dejará la extraña sensación de que llegó demasiado rápido.

Ilustración: https://www.adesantis.it/

El día a día de un tal Sánchez

Gracias a un amigo que trabaja en La Moncloa he tenido acceso a la agenda diaria de Sánchez, probablemente el presidente que recibe más críticas por segundo de todo el mundo, llegando a superar a Trump y Kim Jong-un que, por lo visto, es un cadáver con el pelo de un Yorkshire Terrier bulímico. La cuestión es que Perico duerme tres horas al día y cuando se apresta a darse una ducha le suena el busca informándole de que Fernando Simón le espera en la cocina… con guantes y a loco.

Desayuna un café frío y sin poder mirar el Marca —ayer era noticia el suicidio de Hitler— se conecta a Zoom. Sentados frente a él y con una muesca de asco y odio los diecisiete presidentes autonómicos. Y nota como le sudan las axilas y es consciente de que se le cae el pelo más de lo habitual y recuerda sus años de jugador de baloncesto. «Osti tu, ¿los niños al supermercado?, ¡carallo!, devuélvanos las competencias de los niños, ¿los niños en la calle?, ¡ozú!, ¿los niños metidos en casa?» le espetan cada día.

Son las diez de la mañana y ya está exhausto. Después recibe al comité de 435 expertos, a las fuerzas armadas convertidas ahora en barrenderos, a la patronal exigiéndole más IBEX, a los sindicatos y a los del APA, a Rappel, engulle un puto sandwich de pavo, despacha con el editor del BOE, toma decisiones sobre cuestiones que no lograría entender en una legislatura, se siente músico de jazz siendo economista. Solo ante su brillante Mac es consciente de que en «política sucede como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto está mal». Seguro que Casado lo haría mejor.

En la piel de un ‘hater’

Voy a intentarlo. Levanto la voz hasta convertirla en metralla, elimino cualquier tipo de reflexión e impongo una mezcla de incertidumbre, falta de melanina y sobreexposición mediática —si es Twitter, mejor—. Por supuesto, cada dos palabras tres insultos. Aquí lo importante es instalarse más allá de la crítica, en un punto intermedio entre una nube de azufre y la maldad crónica; bloquear cualquier iniciativa; inyectar veneno; poner palos en una rueda moribunda; reivindicar el ser como forma máxima de indignación permanente. Tomo aire.

La culpa de todo es de este gobierno incompetente. ¡Sánchez hijo de puta! Primero nos encierran en casa. ¿Dónde están los test? ¡Después nos dicen que podemos salir por fases! Mentirosos compulsivos. El día del subnormal… ¡y sale a la calle acompañado de su mujer! ¿Illa Ministro de Sanidad?… ¡asesino! Qué asco dan. Mientras que Francia y Alemania dan respuestas a esta crisis, el gobierno de España nos lleva a la ruina. Fernando Simón tiene que dimitir y depilarse las cejas. Sánchez nos impone su nueva realidad. Lo sabían desde hace meses y no hicieron nada. Los recortes en Sanidad son un mito. Inútiles.

Pues bien; después de escupir todos estos exabruptos recopilados en Facebook y la prensa tengo que reconocer que me ha subido la temperatura corporal y mi corazón ha adquirido la forma de una granada de mano. Resulta que verbalizar el odio y la impotencia —sin olvidar que se han hecho mal muchas cosas muchas veces— solo demuestra un profundo complejo de inferioridad. Se hace más tendiendo la mano. Mucho más… ¡Comunistas!

España: la derecha en subcarpetas

Menudo pedo electoral… Hoy, lunes de resurrección tardía, nos levantamos bajo un brillante sol, nos quitamos las legañas con el dedo meñique de la mano izquierda y miramos por la ventana: la luz que todo lo envuelve nos impide ver una realidad hundida entre tanta euforia,

Y es que después de que muchos salieran a votar por miedo a que Santiago Abascal —martillo pilón de los progres— se convirtiera en el caudillo de la oposición, y a que se confirmaran en España los peores presagios de una Europa escorada hacia la intolerancia, parece que podemos respirar tranquilos, olvidándonos de que ahora, en el país del donde el fascismo rimaba con gaviota, la derecha se divide en subcarpetas, a modo de matrioskas con interiores cada vez más rancios.

Todo muy al gusto del consumidor. Si lo que quieres es llenarte la boca con patrias y ciento cincuenta y cincos, vota a unos. Si te apetece algo más amable, con un punto moderno, vibrante y actual, vota a los otros. En cuanto a los representantes de lo mismo de siempre encabezados por el mequetrefe de los Másteres Imaginarios… Pues parece que están buscando compañero de piso para compartir gastos en Génova junto a sus 66 (ex)populares representantes.

De una hemos pasado a tres por el precio de 147 escaños, proporción más que considerable para el país en el que, según James Rhodes, se vive mejor.

Será porque España, ese país dividido tradicionalmente en dos, levanta su copa de Rioja con la sensación de que se ha rozado el desastre y ha salido indemne por obra y gracia de un tal Sánchez. Hoy más que nunca España es diferente. Será porque sus ciudadanos tendemos a verlo todo medio lleno.