El verano se acerca y poco a poco aumentan la temperaturas. En la calle y en Twitter, en el Congreso y en un país que es solo tripas. Mientras tanto, los meses van a lo suyo, nos despedimos de la playa y los gestos de unión entre españoles son silencio. ¿Quién nos iba a decir que febrero del 2020 fuera parte de la prehistoria más reciente? Y el significado de las palabras se retuerce por culpa de una ideología bárbara, y la libertad es privilegio de los que no cavan tumbas, y la política es el mayor ejemplo de furia en trajes caros.
Ahora que echar un polvo se convirtió en metáfora sería un buen momento para intercambiar opiniones sin recurrir a palabras como Sánchez y asesino, como Ayuso y Prozac, saltarnos todo lo que viene antes del cigarro e ir al meollo del asunto, sin ‘fachas’ ni ‘progres’, sin Venezuela o patria, prescindir de aquello por debajo de 280 caracteres. Porque si hay algo que es más necesario que nunca —además de comer— es el diálogo, incluso el que mantuvieron Miguel Poveda, David Bisbal y José Mercé con los monarcas del museo de cera.
A ver, si tampoco es tan difícil. Primero se pregunta, luego hay un pequeño silencio, casi un suspiro. Después se responde. Intercambiamos información, el emisor es receptor, el que recibe también da, y de esta forma un tanto arcaica, sin límites de tiempo y ratios de audiencia, se construye algo muy frágil, precisamente porque es el resultado de la colaboración entre personas que no piensan igual. El resto es literatura. «Ya nada teníamos que decirnos Hélène y yo, que nos habíamos dicho tan poco».
