Dicen que cuando uno está borracho tiende a decir la verdad. Ahora mismo son las 8 de la mañana y escribo esto en un cuaderno mientras en la mesa del salón de un desconocido perteneciente a la farándula madrileña que rebaña (me dicen que colabora en la Sexta y esos programas progres de humor que no pillo ni apretando las sienes en pleno ataque de sobriedad) una papela de cocaína de la que milagrosamente salen 6 rayas como la manga de un abrigo.
Como casi todos los fines de semana, la he vuelto a liar y se me ha hecho un poco tarde. O temprano, según se mire. Es llegar el viernes y no puedo evitar perder el control. Eso si, de follar con otras nada. Soy fiel. Ni siquiera le como los morros a las tías que siempre se cuelan en un descuido en el baño con eso de Diego, Diego…Fíjate que curioso: llevo con mi chica un año y pico y nuestra relación es una puta mierda de puertas para adentro pero, para toda la gente que no necesariamente forma nuestro círculo íntimo (esos con los que comparto rayas y copas sin hielo en los after y con los tengo más afinidad que con algunos compañeros del colegio), para esos que definen el mundo parabólico sobre el que gira nuestra irrelevante vida, es como si fuéramos la pareja feliz. A todo el mundo les resultamos ejemplares. De hecho siempre nos preguntan que cómo hacemos para mantenernos tan unidos con lo difícil que es la fidelidad en estos tiempos de Tinder. Y yo les miro con los ojos vidriosos y el estómago con el PH disparado y les digo que no sé, pero que es verdad y que tengo mucha suerte. Esta farlopa es horrible…
Por ejemplo, el fin de semana pasado discutimos a lo bestia en el hotel donde pasábamos un fin de semana relajado y la cosa acabó muy mal. El espejo del baño roto, la botella de champagne estampada en mi cabeza (tengo un huevo del tamaño de una pelota de fútbol) y más cosas que no vienen al caso. Es subir a Instagram una foto de los dos abrazados, dándonos un piquito y arreglado, pero les puedo jurar que me siento muy desgraciado. No ya por los padres de ella que están muy ilusionados por la boda, ni por su hermana Bea a la que quiero como una hija, o por Luis y Borja, nacidos en su anterior matrimonio que son como si fueran míos, no. Lo siento por mis fans. A ellos nunca les podría defraudar. Ellos me han hecho y a ellos les debo mi felicidad en las redes, en definitiva:todo lo que tengo… menos el turulo de mi nariz. Es horrible.