Lanzamiento de enanos en Cuéllar

Como siempre, los americanos y los australianos se nos adelantan y en los años 80 crearon oficialmente un deporte que anhelo practicar y para el que me estoy preparando tanto física como psicológicamente. Y no hablo del jodido running, ni las maratones, ni mucho menos el cross-fit y demás actividades para flipados en mallas, no: hablo de aventar a un acondroplásico, o lo que en Cuéllar se conoce desde los años 70 como lanzamiento de enanos.

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Y es que en una época en la que España se parecía más un corral que a un país —ahora la situación no es que haya mejorado mucho, pero al menos nos replanteamos determinadas costumbres sangrientas muy arraigadas— era un plan que los trasnochadores no se podían perder. Dejaban el chato encima de la barra, colocaban el abrigo con forro de cabrito sobre el taburete, estiraban las falanges de los dedos en dirección al norte y agarraban al enano de turno que esperaba impávido para golpear con su menudo cuerpo la pared habilitada para dicho fin. Poco a poco, se fueron añadiendo otros elementos como bolos, productos deslizantes sobre el suelo y normas en relación al número de fracturas y moratones en los cuerpos de nuestros pequeños hombre bala (esto es un deporte de equipo, amigo) que permitieran establecer un ganador claro, tanto que la cosa terminó regularizándose. En la  actualidad, existen organizaciones como  «Little People of América», «Little People UK» y hasta un sindicato de enanos voladores. Volaban otros tiempos…

Como siempre, España es diferente, o como diría un enano de Missouri, «Spain is Pain», y en Cuéllar y a petición popular, decidieron prohibir la actividad por considerar que se estaban violando los derechos fundamentales del ser humano de bolsillo. Y ¿qué es lo que sucedió? Pues que todos aquellos individuos de menos de 130 centímetros residentes en la provincia de Segovia, la familia Thorín de la Comarca al completo, TorrebrunoÁngel Cristo sin leones y diversos profesionales del gremio convocaron una manifestación para impedir su ilegalización y salvaguardar con ello su medio de vida.

A veces la realidad supera la ficción… pero por centímetros.

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