El día que mueran los Rolling Stones

El día que mueran los Rolling Stones —da igual si son Keith, Mick, Ronnie o Charlie por separado o todos a la vez — sucederá algo impensable. El seísmo emocional será de unas proporciones tan inimaginables que todas las ciudades se quedarán a oscuras durante un día, los océanos perderán su reflejo rojo sangre bajo el crepúsculo y en su lugar, una enorme ola con la forma de los labios del cantante barrerá en silencio la superficie helada de un planeta a la deriva.

Da igual si desde Bridges to Babylon no han vuelto a editar ninguna canción memorable…, después de más de cincuenta años de carrera, ¿qué más se les puede pedir? Porque esos cuatro viejos (solos) representan mejor que nadie ni nada que algunas cosas son para siempre, y que incluso las cosas eternas terminan por desaparecer.

También da igual que lo único que se mantenga con brillo en el cuerpo atrofiado y senil de Keith sean esos dos ojos de niño entre surcos y arrugas, las mismas del que lo ha visto, lo ha probado y hasta duda de todo. Y el corazón de Mick, ¿hasta cuando podrá aguantar latiendo a la velocidad de un adolescente con acné?

El día que mueran los Rolling Stones ya nada será lo mismo y al mismo tiempo todo será igual. Su obra será reeditada y sus rubios descendientes disfrutarán de la fortuna familiar sin darse cuenta de que la vida tiene una manera muy particular de imitar la inmortalidad: será con el estribillo de Dead Flowers convertido ahora en una canción de alegría y redención.

Que su música y su memoria sean la mayor celebración del tiempo que pasa y olvida.

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