A pesar de todo y de todos, amanece. Exactamente a las 07:05. Otra mañana. Algo fresca esta vez. En su trayectoria, el sol —y para los que no se cansan de mirar las estrellas— ha interrumpido a necios y soñadores, a ruines y valientes, a agnósticos y burócratas. También ha rozado nuestras manos al aire, las semillas de los geranios de mamá, la rabia y la hierba, el muro frente a la ventana. Y es curioso. Asombra asistir al milagro de la vida al pasar, a los hospitales de campaña entre estaciones, al tiempo convertido en leyenda.
Intenté encontrar una manera justa de describirlo y, ante mi imposibilidad, consideré más oportuno recurrir a las palabras de George Eliot, pseudónimo e impermeable de Ann Evans que, en circunstancias similares, escribió:«[…] que el bien siga creciendo en el mundo depende en parte de actos no históricos; y que las cosas no vayan tan mal entre nosotros como podría haber sido se debe en parte a aquellos que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas que nadie visita».
La historia oculta es la que permanece, precisamente porque es la de casi todos. Llevamos quince días no escribiéndola.
