Ir al supermercado evitando tocar los picaportes, superar el paso de los días sin rastro de la iglesia o la presencia de un dios menor, resistirse a la influencia del pijama, convertido ahora en prenda de día, tarde y noche… Nuestra realidad ha cambiado tanto en tan poco tiempo que algunas actividades cotidianas se han convertido en verdaderos actos de fe. Sin embargo, entre todas ellas hay una que antes era reina y ahora leyenda urbana. Y es que si el mundo se va a acabar, ¿por qué aquí no folla nadie?
No se trata de culpar al distanciamiento social, pero en momentos así las parejas confinadas en casa se ven envueltas en un reparto de tareas tan abrumador que al final lo terminan dejando para después de la cuarentena. Es más, la posibilidad de contagiarse —alguno de los dos tiene que bajar a por víveres— convierte el mero intercambio de saliva en una actividad de riesgo y claro, hacerlo a cuatro patas nos lleva a pensar, indefectiblemente, en el pangolín, el misionero es la postura preferida del murciélago y el sexo oral es eso, simplemente oral: «Cariño, ahora no que voy a aplaudir un rato».
Por otro lado, es comprensible la pereza que les da a muchos solteros el ‘sexting’ cuando por fin tienen tiempo de aprender a tocar el ukelele como Carlos Sadness —joder, qué tristeza—. ¿Y qué decir de enviar fotos en pelotas si, precisamente ahora, estamos más gordos que nunca? Las notas (guarras) de voz quedan descartadas porque, si hay cientos de personas muriendo en los hospitales, la plegarias y citas apocalípticas ganan la partida al flujo y al ardor. En definitiva, toda una vida deseando tener tiempo para follar más y mira, todo lo contrario…
