#nosomosmusica

Vaya por delante que #somosmusica —iniciativa lanzada para dotar de visibilidad a uno de los colectivos más afectados por la pandemia— es muy loable, incluso necesaria. Sin embargo, y dado que todos —músicos, melómanos y anhedónicos— estamos viviendo una vuelta al negro color esperanza, convendría mostrar la realidad en la que se encuentra varada la industria musical española, trinchera del «finge hasta que lo logres», del pentagrama escrito en do precario.

Y la realidad es que no hay industria. Simplemente existe un contexto difuso en el que diversos oficios (invisibles) confluyen en un espacio-tiempo con melodías de fondo. Como casi siempre son tres multinacionales las que obtienen el grueso de los beneficios —su fondo de catálogo produce monstruos y bukakes de euros— y cuatro agencias de management «imponen» a sus grupos en festivales a base de cupones descuento. El resto somos clase trabajadora sin un no por respuesta, peones de una profesión a la contra, entusiastas de lo itinerante convertido en plato de comida.

Industria (f. s): Actividad económica y técnica que consiste en transformar las materias primas hasta convertirlas en productos adecuados para satisfacer las necesidades del hombre. Pues bien; cuanto más cerca de convertirse en producto está la música, más se aleja del propósito por el que fue creada. ¿Qué somos entonces? Mientras encontramos la respuesta, recuperemos a Zappa: «La información no es conocimiento. El conocimiento no es sabiduría. La sabiduría no es verdad. La verdad no es la belleza. La belleza no es el amor. El amor no es la música. La música es lo mejor».

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