Para aquellos que no estén al corriente de lo que acontece en el sector de la congregación de masas en época de distanciamiento decirles que sucedió el 7 de julio. Fue en Kokun Ocean Club, un «chi(c)ringuito» torremolinense donde el enjuto de la dupla «Les Castizos» roció con enjuage bucal Jägermeister a una masa exorcizada por esa mezcla de electrónica, tatuajes de Naranjito y lo que va entre sexo y rock and roll. Ahora el DJ en cuestión —su compañero no figura en las hemerotecas— se muestra arrepentido y pide disculpas por un «acto pésimo que daña la imagen del ocio nocturno y de mis compañeros». Ahora también nos toca purgar la pena. A todos.
Como siempre, la cultura, también denominada ocio al sur de los Pirineos, no solo sufre los embistes de la política, sino que se dinamita desde dentro. Así es como, después de ser testigo presencial de las medidas de higiene desplegadas por todo el país para celebrar espectáculos seguros para músicos y público, veo en este DJ las dos caras del mismo vinilo: imbécil y arrepentido; aspirante a estrella y cometa con ojos de Candy Candy.
Y yo acuso y pregunto, ¿por qué ningún responsable de la sala detuvo la actuación? ¿Son los asistentes cómplices de un comportamiento psicópata? ¿Es que 30.000 muertos solo representan una ficción perteneciente al pasado? Así pasamos este verano virus. Unos cerrando los ojos, otros remando para llegar a septiembre, todos soñando con la invención de una vacuna. Y la estupidez seguirá campando a sus anchas hasta el fin de los tiempos.
