Su cuerpo forma parte del subsuelo y los gusanos y, sin embargo, Michael K. Williams sobrevive en la memoria. Porque algunos dejan cicatriz, y son a esos a los que volvemos cuando la duda se hace costra. De alguna manera un poco extraña sabía que escribir sobre su muerte el día del deceso no le hubiera hecho justicia. Eso hubiera supuesto añadir una esquela más en la lista de este mundo-cementerio siempre en búsqueda del titular que intercambia verdad por oportunismo. Hay que dejar a la gente marchar en paz, sin palabras que sólo hacen ruido y entierran el silencio. Precisamente, gracias a ese tiempo prudencial, ahora descubro la pregunta que Michael hacía al inicio de cada temporada de «The Wire». Así se desvela a la persona cuando el personaje muere.
¿Por qué hacemos esto?, espetó a un perplejo David Simon, responsable de la serie. Podría parecer que simplemente respondía al interés del actor por acaparar líneas para Omar Little, el maleante que robaba a otros maleantes que robaban a personas decentes. «Corre la voz, querida. Omar ha vuelto», decía antes de desaparecer entre las sombras. A medida que el hilo de la conversación se estiraba, Simon se dio cuenta de las verdaderas intenciones de Williams: pensaba en la historia en su conjunto, en la generosidad como ofrenda que uno se hace a sí mismo olvidándose de uno.
Es curioso que la pregunta que todos deberíamos hacernos (en algún momento) parezca condenada a un olvido consciente. Será porque tendemos a apartar del camino todo eso que cuesta, será porque la vida es «la mierda que ocurre mientras esperamos momentos que nunca llegan». Es verdad, da miedo descubrir que lo que hacemos carece de sentido. Levanto la mirada. Dejo de escribir. Miro dentro de los ojos de Michael. Regreso de las profundidades para apuntalar el último párrafo. Desconozco por qué hago lo que hago, pero ando cerca, lo intuyo. Y sonrío bajo un cielo plomizo que anticipa el fin del verano, el fin del mundo tal y como lo conocimos.

Fotografía: Jesse Dittmar