Tantos años de bajona en el pecho que al final (y por la falta de movimiento) muchos acaban cuestionando lo que hacen, dicen e incluso creen. Entonces el invierno (ya lo hizo bien la luz de agosto) nos devuelve las tradiciones de siempre: invertir en lotería para vivir sin el castigo divino del trabajo, comprar regalos a la familia cuando, muchas veces, los lazos de sangre implican dolores de cabeza o dolor a secas y este tiempo de beber mucho, comer más y amar porque toca. Y surge la pregunta entre el turrón del duro y un tren abarrotado: ¿Feliz Navidad por convicción o por convención?
Hay que ir con la mentira por delante. Y es que si mentimos una media de veinte veces a lo largo del día, este autoengaño de la ¿feliz? Navidad se justifica siendo solidarios, o en todo caso implica el deseo de que le vaya bien a todos cuando el mundo, en líneas generales, se derrite con nosotros dentro. La fuerza de la costumbre es poderosa y las buenas nuevas ocupan poco espacio. Feliz y Navidad esconden una lucha y dos convenciones líquidas, algo que se da como los buenos días y una mano blanda al finalizar el partido. En el fondo ayuda, al igual que un mantra repetido muchas veces y el Satisfyer cargado en la mesilla.
Pero las cosas cambian y este año voy a apretar fuerte, concentrarme en esa metáfora pura y gritarla por la ventana queriendo decir «felices pollas en vinagre» o «felices fiestas». Ésta última además es inclusiva y respeta a los ateos, musulmanes (legión en España) y políticos a la que no puedes ni ver. A veces viene bien olvidarse de las convicciones y tirar de convenciones que implican cosas extraordinarias para la gente común. Pues eso. F**** N*****.
