Lo extraordinario

Esperamos cosas extraordinarias. Y nos equivocamos. Porque cumplir un sueño consiste en dormir ocho horas, solo o con alguien que te gusta cerca. Ya es mucho. Nuestras aspiraciones representan una forma de negar la realidad. Lo importante consiste en abrir los ojos por la mañana, cepillarse los dientes, masticar un puñado de anacardos, vestirse bien, salir a la calle y mirar el sol a través de las copas de los árboles, regresar a casa, tocar las teclas blancas del piano y esperar a que anochezca. El simple acto de vivir es, en sí mismo, algo extraordinario.

El pasado está sobrevalorado porque somos incapaces de comprender lo que nos sucede en el momento en que sucede. Necesitamos tiempo e hilo. Es extraño que todos lleguemos a la misma conclusión con vidas tan antiguas, tan distintas. Quizás el simple acto de vivir y caminar erguidos no sea tan simple y haya que desentrañarlo equivocándose, con paciencia, sin esperar nada. Así se forman los diamantes, sometidos al calor y la presión exactos. Así permanecen bajo tierra, hasta que un día, alguien termina exponiéndolos en una vitrina. Adiós a todo lo extraordinario alrededor del cuello.

Las personas con un aspecto extraordinario suelen tener conversaciones de lo más común y lo extraordinario consiste en superar una infancia de golpes y tristeza, una adolescencia programada, una edad adulta en la que todo lo que habías planeado se fue al traste. Y a pesar de todo, aún respiras. Amalia Bautista lo dejaba escrito: «Son poquísimas las cosas que de verdad importan en la vida: poder querer a alguien, que nos quieran y no morir después de nuestros hijos». Con las palabras se puede inventar otro mundo, un mundo extraordinario que desaparecerá, aunque mantengamos los ojos bien cerrados.

Ilustración: Guy Billout

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