La pandilla Voxura

Un cromo de «La Pandilla Basura» preside el frigorífico de mi cocina, recordatorio de la necesidad de reírse cada día antes de desayunar y los parecidos razonables de «Chupón Agamenón» y «Ortega Rambo de Pega«. Por supuesto, mis amigos de «El Jueves» no han dudado en aplicar la sátira y convertir a Vox en la «Padilla Voxura«… porque alguien tiene que hacer el trabajo sucio. La reacción por parte de la facción más moderada de esta chupipandi no se ha hecho esperar y ha twiteado la dirección del presidente del grupo editor la revista con el fin de permitir que «muchos de ellos le empiecen a exigir responsabilidades». Vamos, que una vez más la incitación al odio es patrimonio (no exclusivo) de la extrema derecha y sus señalamientos.

Y de pronto, surge la dichosa palabra, ese sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia, y claro, resulta complicado unir los puntos entre una viñeta y una amenaza, pero mucho más sencillo ojear estadísticas que recogen un importante aumento de los delitos de odio relacionados con la orientación sexual, la identidad de género, el racismo y la xenofobia, las cuatro piedras sobre las que se sostienen los parodiados y su iglesia.

Es todavía más sencillo vincular la irrupción de Vox a la polarización de la sociedad, y por lo tanto a la crispación que se nos pega por detrás de la mascarilla. Por otro lado, sería absurdo responsabilizarles de todos los males que nos acechan —esas chaquetas mínimas de Abascal son una lacra—, sin embargo no deja de sorprender «la cantidad de gente que menciona a la publicación explicando lo irrelevante que es». A ver si al final el humor va resultar ser «el instinto de tomarse el dolor a broma…».

Ilustración: EL Jueves

El enemigo de Vox es la realidad

Ayer muchos vimos el cartel de Vox en la estación del Cercanías. Fondo verde ejército, el Pirulí y Rocio Monasterio mirando al horizonte escoltada por un Abascal a los micros. Nada de nuevo; dos fachas muy fachas hacen campaña bajo el eslogan «Protege Madrid». Pero ¿de quién? ¿De los comunistas? ¿De los menores inmigrantes que llegan solos a España? ¿De los colectivos LGTBI? Mamporreros del enésimo mantra neoliberal contra el Estado y a muerte con la privatización vuelven a demostrar una capacidad innata para alentar el miedo. Como siempre, el enemigo al que señalan posee dos caras. Una permanece oculta detrás del muro, invisible, promesa incumplida. La otra, vista desde lo alto, tiene la forma de un espantapájaros.

Sucede lo mismo en las escuelas. Los abusones se ensañan con los más pequeños, demuestran su fuerza en contraste con la pasividad —el resto, como en el tren, solo mira— para lidiar con el día a día. Así y desprovistos de argumentos, tratan de desviar la atención hacia los otros, a poder ser sin derecho a réplica e ignorando la peor de las certidumbres: el enemigo que buscan está en ellos. Parece que hablamos de la guerra. Pero no. ¡Más madera, esto es la política!

Frente al cartel del odio detecté algún gesto contrariado, poco asco en general. Sin embargo, ninguno nos paramos a intentar descubrir el truco, la mentira concentrada en dos palabras y una candidata que hace del odio su bandera. Decía Borges que «hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos». La realidad sigue sacando partido de la ficción, y eso es, además de inmoral, muy sucio.

Ilustración: http://sergioingravalle.de/

El cumple de Abascal y la II República

Sí. Apuntadlo bien en el calendario de las fechas importantes. Hoy, 14 de abril de 2021, es el cumpleaños de Santiago Abascal, futuro presidente de la República de Nuestras Pesadillas. La noticia en sí es tan irrelevante como el lanzamiento de un nuevo disco, pero lo importante son las felicitaciones de sus hinchas, una especie cada vez más numerosa capaz de transformar la certidumbre de un futuro peor en un presente más facha, más intenso, gloria. Destacan: «Hoy es el cumpleaños de una persona que solo y megáfono en mano, se lanzó a la calle para luchar por y para España»;«felicidades Santi, qué bien te conservas, ¿cuál es tu secreto más allá de no dar un palo al agua?»;«cumple años un gran líder que, aunque no le conozco personalmente, hizo cambiar mi visión y la de mucha gente de la política, alguien extraordinario que me ha hecho soñar otra vez con una España grande y libre de comunismo».

Está claro que un hombre así despierta erecciones y bilis, una mezcla entre lo que algunos necesitan oír y otros prefieren ignorar para decir bien alto que hace noventa años la II República Española nacía en brazos de Niceto Alcalá- Zamora. Aquel día, un rey incapaz se marchaba siguiendo la tradición, el pueblo salía a celebrarlo y el cambio de régimen tenía lugar sin derramamiento de sangre. Educación pública, mejoras de los salarios y conquistas sociales frente al abismo que separaba a amos y trabajadores, a católicos y anticlericales, al orden y el idealismo. Duró poco, más o menos lo que duran los sueños antes de la guerra.

El conflicto continúa. Es cierto que se prescinde de balas, sin embargo es igual de ensordecedor, cruento y hostil. En eso Abascal tiene algo que ver y por eso sonríe, sopla las velas y continúa su cruzada particular contra cualquier vestigio republicano. Que cada uno elija la celebración que más le convenga sin perder de vista que el pasado es «la única cosa muerta cuyo aroma es dulce». El presente huele a rancio y Abascal es su vanguardia. Felicidades, señora; que cumplas muchos más.

Ilustación: Cristina Daura

Las dos caras de la misma mentira

Lo más fascinante de la mentira es su capacidad para llevarnos lejos. El problema es volver, aunque en los últimos años muchos se han labrado una carrera reforzando las convicciones más erróneas de otros muchos, como si de pronto esos supuestos iluminados fueran capaces de moldear la realidad para adaptarla a nuestra propia conveniencia, una forma de mentira elevada a la categoría de hoja de ruta. Y así, el tiempo cumple con su cometido y despeja las dudas, derrite lo que la franqueza esconde. Entre la sombra y el claroscuro aparece el flash sobre las dos caras de la misma mentira, estadísticas mediante.

Por primera vez el doctor Jekyll y señor Quirón, el crimen y la huída en coche, el villano y su madre, en definitiva, la sintonía entre pares complementarios y dependientes confluyen en la cara de Santiago Díaz Ayuso, a la derecha, e Isabel Abascal Conde, más a la derecha si cabe. Porque a veces hay que ver para creer, sabiendo que la mentira jamás se deshace, ni siquiera con la vela de la verdad por delante. Mismo iris, boca sin complejos, cejas en forma de gaviota y cruz gamada a media hasta. Entre medias, una mujer en el cuerpo de un fascista y un hombre en la cabeza de una disfrutona.

Nos queda la duda de saber qué piensan de verdad los dos responsables —merecen el calificativo aunque cueste— de convertir la ficción en titular diario, la política en bidones de gasolina y la insensatez en argumento político inapelable. Verlos así, en odio y compañía, nos da una idea más clara de que el antagonismo de su dualidad se resuelve con un voto que los equilibre y deje fuera. No a Vox ni al PP. Nunca.

Ilustración: Rafael Mateos

La puntilla del 2020 se llama Trump

Hoy la incertidumbre es tal que incluso los habitantes de Valdevacas de Montejo se han levantado antes de que aúlle el gallo para comprobar el resultado de las elecciones de Estados Unidos, un país cada vez más alejado del sueño que convierte nuestro paso democrático por la tierra en una pesadilla con tintes republicanos. A estas alturas de la broma, todos vivimos un poco entre Los Ángeles y Nueva York, ya sea por una lengua infiltrada en cada conversación de oficina, con sus meetings y afterworks, o porque la tienda de ultramarinos se desangra con cada pedido en Amazon. Y, aunque nos joda admitirlo, causa más desvelos que Trump vuelva a ganar que Abascal se ponga la chaqueta talla S de futuro presidente.

La cuestión que sobrevuela este plebiscito mundial, el de continuar con la política de las vísceras o, por el contrario, apelar a la mesura para calmar unos ánimos a flor de cactus, es la de una profunda decepción por haber llegado hasta aquí. Porque si un canalla de lomo blondo es capaz de mantenerse en el poder durante más de un mandato, entonces eso significa que su elección no se trató de un accidente, sino más bien del óxido de valores universales como la razón ante el insulto, de los apretones de manos por encima del matonismo.

Para añadirle más gasolina y una píldora de insomnio al asunto, sólo será posible conocer al vencedor cuando le salga de los cojones a Trump, como si la soberanía del pueblo se hubiera convertido en mera observadora de esta civilización en horas bajas. Sea cual sea el resultado, esperemos que favorable al superviviente Biden, nos quedará la sensación de haber perdido y eso, con el presente virando hacia la broma infinita, es garantía de una celebración silenciosa, algo muy 2020.

Ilustración: http://evavazquezdibujos.com/

Las cosas que echamos de menos

Es extraño cómo han cambiado las cosas en el transcurso de estos meses. A finales de agosto, cuando los niveles de vitamina D exceden los niveles recomendados y tres cuartos de España se van de vacaciones después de meses de parón forzoso, la frase más extendida por terrazas, plazas y redes es «estoy hasta el coño». Y claro, uno se pregunta cómo es posible si se supone que el estío es la fecha en la que, históricamente, mejor deberíamos estar, dueños de cuerpos dorados a la sal y una mente que, por fin, vuela lejos del fútbol y los atascos. Por supuesto que hay varias razones de peso para ello, pero la raíz del mal se encuentra en la imposibilidad de compartir.

Así es como llegamos a la conclusión de que lo que más nos apetece a día de hoy, más que echar un polvo, que también, o ponernos pelo, es probar el postre del de al lado, juntar los morros propios y ajenos en una bola de helado de turrón o una garrafa de vino, que nos escupan a la cara porque estamos hablando demasiado cerca, en la oreja o el pómulo, ¡da igual!, bailar, sí, bailar, muy apretados la canción de este no verano y abrazar a gente triste, a chicos pálidos vestidos de negro, a Abascal. Incluso la imagen del turulo comunitario se percibe como un vestigio del pasado a recuperar en este presente rancio.

A pesar de los reflujos vitales, la batalla que se libra en nuestro interior nos empuja a la soledad y la misantropía. Por un lado el miedo, por otro las ganas de que esto acabe de una puta vez. En medio, el «sólo se vive una vez» percibido como una frase de gimnasio cutre con sentido. Somos huérfanos sí, aunque también más conscientes de todas las cosas pequeñas que perdimos en el camino… y que se hacen entre dos. Más ya se considera gang-bang.

Ilustración: Charles Burns

Política: una cuestión de fe

Por fin. Después de una larga travesía en el desierto iniciada en 1978, la política española ha alcanzado la gloria del vestido de filetes de Lady Gaga, un pecado concebido en el que las verdades carecen de peso específico y son suplantadas por una estampita de la Virgen de los Dolores, una mentira repetida muchas veces mucho y aquel mantra en el que las palabras ya no sirven, precisamente porque el mensaje es una cuestión de fe. Y ya se sabe que la creencia es el antiséptico del que lo ha perdido todo… menos el humor.

¿Cómo entender si no que Abascal realice alegatos a favor de los homosexuales, que Casado sea un modelo en el espejo caracterizado por la inacción convenientemente iluminada y que Díaz Ayuso, siguiendo las premisas de Miguel Ángel Rodriguez ¡Bajón!, sufra en sus propias carnes estrábicas la circuncisión de la desescalada, la huida hacia delante, la pérdida de miles de madrileños, un Via Crucis de portada que deja sin argumentos a sus rivales políticos y a una parte considerable de la población sana entre comillas?

Y es que en política no gana el que esgrime las mejores razones, ni siquiera aquel que obtiene el mayor número de votos, sino el que resiste al desempleo y la muerte, el que agota a un adversario atónito frente a una revelación que es carne de meme. Lo más curioso de todo este entuerto es que fe, porno duro y esperanza son ahora los mimbres de una «iglesia alt-right» levantada sobre un país en ruinas. Mátame, camión. Por cierto, Díaz Ayuso huele a sudor.

Ilustración: Franklin Booth «Echoes from Vagabondia – ‘She rose and wondered…crept to the door and fled back to the forest.’ ”

¿Cuál es tu excusa para no votar?

Poco a poco, los españoles vamos familiarizándonos con los procesos electorales. Algunas de esas votaciones se caracterizan por las trabas interpuestas para su celebración; otras, en cambio, por las múltiples excusas esgrimidas por los propios votantes: «es que todos los políticos son iguales», «que si el sistema es una mierda y me quedo en casa viendo «Callejeros viajeros«», «es que ya no hay políticos como los de antes»,…

No es cuestión de falso optimismo, pero quizás después de treinta y seis años de dictadura no nos vendría mal un poco de práctica participativa, despertarnos otro domingo de resurrección, lavarnos la cara, atravesar la ampolla de mediocridad imperante en el ámbito político mundial y, por quinta vez en un mismo año, aceptar el abismo entre un personaje tan casposo como Iván Espinosa de los Monteros y el tullido de Pablo Echenique, establecer varios grados de separación entre la flatulenta ambición de Pablo Casado y la mentira teñida de socialismo de Pedro Sánchez.

Sí, es verdad, el sistema posee el fétido halo de un Javier Ortega Smith de resaca, favorece a los fuertes frente a los invisibles con DNI en regla, y sin embargo, destruirlo por vía de la violencia o mediante alternativas como el federalismo y la democracia directa resultan inviables a medio plazo. Con estas premisas no votar se antoja la opción más razonable porque en ella se congregan el hastío y la rabia, la impotencia y la certeza de que, pase lo que pase, mañana será peor.

Ahora imaginaos a Albert Rivera como futuro presidente del gobierno. Lo sé, la imagen resulta insoportable, tanto como un disco de Malú, pero os ayudará a entender que un voto es una voz silenciosa desprovista de emoción, una casilla tachada sobre papel traslúcido con el poder de cambiar la realidad de las pequeñas cosas. ¿Vas a dejar pasar una oportunidad así?

Vecinos de Madrid: ¿de verdad os gusta la calle Ponzano?

Vivo horrorizado. Y no precisamente por vivir en Madrid, una ciudad que comparte muchos puntos en común con un pueblo tipo Zamarramala, con sus comercios de proximidad, sus paisanos de barra fija que saludan con la cabeza al pedir café con torreznos en el bar, sus aceras anchas y ese aire puro e inconfundible procedente de la Mujer Muerta.

Malasaña es un desfile de modernos clónicos y crónicos; el barrio de Salamanca una marca de dentífrico con efecto blanqueador extra; Moncloa un hervidero de hormonas en cuadriga y carpetas con fotos de Taburete; Vallecas el centro del Universo; Arganzuela, Chamartín y Tetúan ni idea porque nunca he ido; Retiro es ideal para el cruising y, sin embargo, todos ellos son maravillosos en comparación con la calle Ponzano, situada en el desmilitarizado barrio de Chamberí.

Venid a comprobarlo. En esta calle no solamente hay bares prefabricados en serie y un supermercado —con la excepción de «La máquina«, «El Decano» y «El Fide«—, sino todo un movimiento especulativo dedicado a la apertura indiscriminada (y diaria) de agujeros —se rumorea que el hijo de Aznar está metido en el ajo— que proporcionan mala música y entretenimiento todo a cien para gente de aspecto muy definido: no son pijos, ni de derechas, visten chalecos y buenos vaqueros, mocasines sin calcetines y perfumes de cuarenta euros, fuman en la calle, se tragan el humo y tiran las colillas al cenicero, hablan separando poco los dientes y entregan sus llaves al aparcacoches. Sin embargo, ninguno de ellos parece ser consciente de formar parte de un plan malévolo para saturar el mercado, desterrar las tiendas de toda la vida e implosionar, dejando tras de sí una estela de nada, un aro de humo, un cráter.

No lo sé, quizás sea la edad o que la palabra ponzaning me produce la misma grima que ver a Rivera, Abascal y Casado copulando juntos, pero no revueltos. En realidad yo quiero un barrio con gente un poco menos de mentira, lo justo para no perder la esperanza en el género humano, ese que se divierte, disfruta y se levanta con resaca sabiendo que las cosas de verdad merecen, si no mantenerse, al menos no ser olvidadas.

Santa Pereza, ¡que me devuelvan el dinero que nunca tuve!