Lo más fascinante de la mentira es su capacidad para llevarnos lejos. El problema es volver, aunque en los últimos años muchos se han labrado una carrera reforzando las convicciones más erróneas de otros muchos, como si de pronto esos supuestos iluminados fueran capaces de moldear la realidad para adaptarla a nuestra propia conveniencia, una forma de mentira elevada a la categoría de hoja de ruta. Y así, el tiempo cumple con su cometido y despeja las dudas, derrite lo que la franqueza esconde. Entre la sombra y el claroscuro aparece el flash sobre las dos caras de la misma mentira, estadísticas mediante.
Por primera vez el doctor Jekyll y señor Quirón, el crimen y la huída en coche, el villano y su madre, en definitiva, la sintonía entre pares complementarios y dependientes confluyen en la cara de Santiago Díaz Ayuso, a la derecha, e Isabel Abascal Conde, más a la derecha si cabe. Porque a veces hay que ver para creer, sabiendo que la mentira jamás se deshace, ni siquiera con la vela de la verdad por delante. Mismo iris, boca sin complejos, cejas en forma de gaviota y cruz gamada a media hasta. Entre medias, una mujer en el cuerpo de un fascista y un hombre en la cabeza de una disfrutona.
Nos queda la duda de saber qué piensan de verdad los dos responsables —merecen el calificativo aunque cueste— de convertir la ficción en titular diario, la política en bidones de gasolina y la insensatez en argumento político inapelable. Verlos así, en odio y compañía, nos da una idea más clara de que el antagonismo de su dualidad se resuelve con un voto que los equilibre y deje fuera. No a Vox ni al PP. Nunca.
