Un cromo de «La Pandilla Basura» preside el frigorífico de mi cocina, recordatorio de la necesidad de reírse cada día antes de desayunar y los parecidos razonables de «Chupón Agamenón» y «Ortega Rambo de Pega«. Por supuesto, mis amigos de «El Jueves» no han dudado en aplicar la sátira y convertir a Vox en la «Padilla Voxura«… porque alguien tiene que hacer el trabajo sucio. La reacción por parte de la facción más moderada de esta chupipandi no se ha hecho esperar y ha twiteado la dirección del presidente del grupo editor la revista con el fin de permitir que «muchos de ellos le empiecen a exigir responsabilidades». Vamos, que una vez más la incitación al odio es patrimonio (no exclusivo) de la extrema derecha y sus señalamientos.
Y de pronto, surge la dichosa palabra, ese sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia, y claro, resulta complicado unir los puntos entre una viñeta y una amenaza, pero mucho más sencillo ojear estadísticas que recogen un importante aumento de los delitos de odio relacionados con la orientación sexual, la identidad de género, el racismo y la xenofobia, las cuatro piedras sobre las que se sostienen los parodiados y su iglesia.
Es todavía más sencillo vincular la irrupción de Vox a la polarización de la sociedad, y por lo tanto a la crispación que se nos pega por detrás de la mascarilla. Por otro lado, sería absurdo responsabilizarles de todos los males que nos acechan —esas chaquetas mínimas de Abascal son una lacra—, sin embargo no deja de sorprender «la cantidad de gente que menciona a la publicación explicando lo irrelevante que es». A ver si al final el humor va resultar ser «el instinto de tomarse el dolor a broma…».
