Michelle Carter: culpable de homicidio involuntario por mensaje de texto

Michelle Carter, la niña de las cejas como carreteras perdidas y los ojos de pena, fue declarada culpable de homicidio involuntario por el suicido de su novio Conrad «C3» Henri Roy. Así es, por el suicidio. Aquí no hay erratas pero sí muchos errores. Recopilemos: Roy nació en New Bedford (Massachusetts, 96.000 habitantes, un museo con esqueletos de ballenas y hasta zoo) y desde muy pequeño, como corresponde, estaba triste y deprimido: a los 17 intentó suicidarse con una sobredosis de paracetamol. A la cuarta y con un año más (suponemos que ya bebía y disparaba un arma) lo conseguiría con la inestimable ayuda de su novia, Michelle Carter que, siendo apenas una adolescente, ya tenía ojeras, anorexia y consumía Prozac y Celexa (si leen los efectos secundarios desplegables de estas pastillas uno no puede evitar preguntarse si los médicos actúan con responsabilidad al recetarlos como M&M’s) mezclados con Cheerios.

Los chavales se apasionan, se aman, se autoexcluyen de todo y de todos porque, cuando se ama con furor, el mundo es un lugar amenazante con excepción de esa habitación con luz tamizada, música de Portishead y la razón de vivir tumbada a tu lado y cubierta con una sábana sucia del Wallmart y claro, eso tiene que acabar fatal. En tragedia.

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El 11 de julio de 2014, Conrad o C3 o Henri o Roy —es difícil saber quién tomaba las riendas ese día—, le pregunta a Michelle por mensaje de texto (hablar requiere de más valor) si debería utilizar un generador para la furgoneta o una bomba de agua.

—… en mi opinión deberías utilizar un generador en lugar de una bomba porque no sé mucho sobre bombas y el generador no falla... —responde ella.

Pasan lo días y Roy piensa en sus padres, en el estado de su cuerpo al ser encontrado y otras dudas relativas a la vida, al suicidio, a la muerte. La conversación termina con esta frase:

-—…no puedes romper tu promesa. Vete a un parking tranquilo o algo

Y el chico se suicida con el monóxido de carbono de un tubo de escape y un jurado ha encontrado culpable por homicidio involuntario a una chica que probablemente no tenía muy claro lo que era el bien o el mal, estar gorda o flaca o dónde está España y que sólo quería que el dolor desapareciera de sus vidas, sentando un precedente judicial que aboca a las palabras al cadalso, exonerando a aquellos que las leen y que son los que les confieren un significado u otro. Porque no olvidemos que lo que cuenta no es lo que nos sucede, sino como reaccionamos ante las cosas que nos suceden. Da miedo…, ¿verdad, mamá?

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