
Parece ser que la vida, una sucesión de acontecimientos con tendencia a repetirse, siempre ha sido un juego de hombres y mujeres. Y no empleo la preposición contra porque creo que en ese partido —que se libra todos los días en un terreno de juego llamado mundo—, el protagonismo lo comparten los dos… pero tan solo los primeros acaparan la luz de los focos.
A pesar de la evidencia, en el deporte, las letras, cerca de las estrellas y a pie de calle, muchos hombres consideran que todas estas reivindicaciones feministas están fuera de lugar porque, si el sistema funciona, ¿para qué cambiarlo?
Resulta que la otra mitad, exactamente 3712 millones de mujeres, no comparte esa visión. Y no solamente eso, sino que sienten que deben de dar un paso al frente y decir bien alto que no les gusta lo que ven, que ya está bien de ser las guardianas de la clandestinidad, y que a veces, el todopoderoso Real Madrid, Victor y Victoria del deporte rey, tiene que aceptar la derrota y recapitular.
Es un hecho; las mujeres, «esas que se quedaban en casa con los niños», comienzan a ser una «amenaza» porque ya no tejen jerseys blancos para el invierno, sino que tejen cambios, algo que es percibido por el macho competitivo como una amenaza.
¡Hombres!; ignorad la realidad del 8M o si preferís parad un segundo, escuchad sus reinvindicaciones y —si así lo sentís— secundad la huelga. Pero estad tranquilos porque ellas no reclaman vuestras cabezas o dominar el mundo (tienen cosas más importantes que hacer), ni siquiera desean ejercer el poder sobre vosotros… sino sobre ellas mismas.