Con este mantra tan falso como el abrazo de un músico comienza la experiencia más parecida a ingresar en un convento de clausura que se pueda experimentar en el mundo moderno. A partir de ahí la vida adquiere la forma de una carretera perdida, el aislamiento se sobrelleva con la ingesta irresponsable de alimentos procesados y el tiempo es entelequia, ocio en vena.
Llegan los títulos de crédito y la duda se apodera de nosotros mientras iniciamos la cuenta atrás: 9 segundos y las sienes nos palpitan; 8 segundos y percibimos en las fosas nasales los dos días sin ducharnos; 7 segundos y los propósitos del tipo «este es el último, ¡lo juro!» se acumulan en la cuenta de usuario; 6 segundos y bueno, tampoco pasa nada por echar otra hora delante del ordenador, solo son las tres de la mañana… así hasta perder la guerra una vez más. La diferencia se encuentra en el adversario, y al sargento Hartman le substituyen ahora Carrie Mathison y John Selby, Eleven y el monstruo baboso, Jon Nieve, un enano y el reactor número cuatro de Chernobil.
Porque es imposible renunciar a ver seis temporadas de golpe cuando el horror campa a sus anchas ahí fuera, porque mejor soñar mientras la incertidumbre de la crisis y el desamor amenazan con despertarnos de la siesta, porque nunca fue más fácil convencerse de que empalmando series en streaming llegaríamos a alcanzar una felicidad que parece poder estirarse mientras haya conexión a Internet, hasta el infinito y con manta. No nos engañemos; tener el poder de elegir no significa ser capaces de imponer nuestra voluntad… y así comienza un nuevo capítulo. PRINCIPIO.
