Aunque a veces se nos olvide, son las historias las que mantienen nuestro interés por esa cosa llamada, vida, existencia o desperdicio. En su ausencia, los hombres de las cavernas habrían sido incapaces de sobrevivir a las embestidas de los tigres de dientes de sable, y a un tal Mozart no se le hubiera ocurrido musicar las rutinas del Don Juán —follador osado y muy dado al ¡qué largo me lo fiáis!— en su bufo «Don Giovanni«. Sin algo que contar el mundo no sería más que un hueco, una pausa entre dos siestas.
Ahora, con las «fake news» desbordándose por el borde del móvil e influyendo en el proceso democrático hasta niveles dignos del Joker transmutado en víctima, la fuerza de la narrativa se impone a los hechos, como si de alguna manera, en esa búsqueda de una verdad esquiva, la creencia en los mitos y las leyendas urbanas fuera la opción más fácil ante el exceso de información. Porque, ¿para qué molestarse en comprobar lo sucedido si es más fácil aceptar una mentira fabricada globalmente? ¿Quién quiere «comprar» certidumbre cuando el escepticismo se comparte con un simple clic?
Precisamente, Dani Martín —uno de los pocos cantantes patrios desprovistos de careta— habla de estas y otras cuestiones en su nueva canción, subproducto musical con un ciclo vital similar al de los bulos: aborta-nace, se repite y se repetirá una y mil veces, evoluciona adaptándose a su contexto social y, a diferencia de los rumores veraces que nunca protagonizan segundas partes, volverá abruptamente a todos los banners y cadenas en la fecha prevista para el lanzamiento del disco-embuste. Así se manufactura el consenso, así se propaga el miedo. Piénsalo, «pero que nadie se entere».
