El virus se extiende y ya estamos buscando culpables. Algunos apuntan a la imprudencia del gobierno de Sánchez; a los malditos chinos; al comportamiento del español, animal de ocio y esparcimiento que busca en el trato con los demás la excusa perfecta para librarse de sí mismo, la caza a cualquier precio de una satisfacción escurridiza entre semana.
Observo la conducta de algunos autónomos exigiendo cuentas por las cancelaciones, a los que prefieren ponerse en manos de las competencias transferidas en materia de prevención para celebrar su próximo concierto fuera de Madrid, imprudentes exhibicionistas lanzando proclamas en las que combatir la epidemia con música, juntos en el calor de una sala… y me entristece.
A todos aquellos que no quieren entender —es evidente que lo entienden pero es más fácil vivir con los ojos cerrados— les canto que es el momento de parar y guardar la furgoneta en el garaje, de realizar esa llamada al pueblo de la infancia, de convertir sus casas en un jardín de libros y películas, de absolver a los abuelos de la compañía de los más pequeños, de mirar hacia dentro y pensar que el mundo no empieza y acaba en uno mismo, sino que el mayor acto de responsabilidad civil es echar la llave de la puerta. Lo sé; todos tenemos que pagar las facturas, pero ahora la muerte acecha a los que conocieron la vida y os olvidáis de lo importante: si hay música en vuestra alma se escuchará en todo el universo.

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