Música Morricone

Hoy ha muerto Ennio Morricone y con él desaparece un músico eterno. Lo que en principio podría parecer el acto lógico de un viejo de 91 años, se convierte en tragedia, precisamente porque solo unos pocos son capaces de congregar en torno a su legado algo parecido a la sombra de la unanimidad. Y es que es posible encontrarse con críticos de la obra magnética de este hombre inclasificable, pero lo hacen para dentro, negándose a aceptar que sus bandas sonoras representan algunos de los destellos más brillantes del siglo XX.

Así es como en su oído los fotogramas se convierten en algo parecido al amor o el miedo, la fe o la cercanía de la muerte, y un páramo en Almería se erige en el centro de la huella de Clint Eastwood y América es el patio de recreo de unos gánsters con acento siciliano. Porque, ¿qué cuentan sus partituras? La historia personal e intransferible de un romano al ritmo del ventrículo de millones de personas.

No recuerdo quién fue el que dijo aquello de que, en realidad, no nos importa la música, sino que nos sentimos vinculados a determinados momentos de nuestra vida asociados a una canción en particular, intercambiable en función de cada uno. En el caso de Ennio Morricone sucede todo lo contrario. Gracias a él por fin el sonido de la música importa. Y el mundo llora su pérdida en silencio.

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