Cómo desaparecer completamente

Hace 20 años se publicaba «Kid A». Y, como siempre que una obra maestra es alumbrada, nada cambió. De hecho, desde aquel día, el mundo no ha hecho más que deshacerse por los polos, biodegradarse por obra y omisión de sus más ínclitos habitantes, lo que viene a poner de manifiesto, una vez más, el poder personal e intransferible de la música. La noticia a día de hoy, además de que Trump se ha librado de una muerte añorada por muchos, es que sus 50 minutos de duración se adaptan perfectamente al signo del presente, un tiempo para cerrar las cortinas de la habitación, encender un cigarrillo imaginario y desaparecer completamente.

Porque las canciones del cuarto trabajo de Radiohead hablan de una mente ansiosa, de la melancolía infinita, con su bilis Super Glue-3 y sus cajas negras repletas de ortigas, del humor como recurso ante el vacío y de la necesidad de escuchar música cuando las cosas dejan de tener sentido. Será porque fue escrito en un momento en el que Thom Yorke luchaba contra el espectro de la popularidad. Ante semejante demostración de sentido común, Michael Stipe le recomendó por teléfono que repitiera el siguiente mantra: «No estoy aquí. Esto no está ocurriendo». Y escribió un disco.

Lo más extraño de todo es que, dos décadas después de su parto, escucharlo de nuevo produce en nosotros una sensación parecida al júbilo, como si de pronto fuera posible mover los huesos rodeados de desconocidos y compartir vaso, besos, sudor y algo parecido al amor lúbrico. Así es como uno llega a la conclusión de que las canciones tristes siempre nos ponen de buen humor. Las malas, tristes. Oda a la vida, oda al chico A.

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