La repetición

Son días de los de antes, de mañana al carboncillo, con su intermedio para el hambre y el regreso a casa. Hay algo en la repetición que reconforta. También fatiga por defecto. Será porque insistir deja espacio para lo vivido, permite dar aliento al aire del presente. No lo sé. Sí sé, en cambio, que entre lo reconocible cuesta intuir, intuirse, mirar de cerca lo que tantas veces vimos, palpar la carne de los pómulos y esa certidumbre de la piel nueva siendo arruga. Por eso andamos, para no dejarnos atrás. Los que corren desplazan esqueletos hasta un hueco bajo la hierba púrpura. Interesa, el verbo no es casual, el dios de las pequeñas cosas, con minúscula, de paso lento y silencio de azucena y halógeno.

Son meses de los de antes, con el ruido visible del avión y un chorro de luz sobre la frente. Los mismos de siempre, pero otros, distinta fecha que también emplea dígitos. La aritmética, ese invento de los árboles, trae el recuerdo de la muerte de padre y resta días al embarazo de Macarena. Hacen mella y, sin embargo, al suceder volvemos al tiovivo de las estaciones. Otoño, otoño, otoño y otoño. En ellas y dentro de ellas, lo nuevo está por nacer y deshacerse, lo usado se resiste a la basura.

No es un año de los de antes porque de serlo habría venido de cabeza. Llegó eterno y se irá brisa, pasando por encima de muchos, nosotros, esos cada vez más nada a medida que crecemos y nos crecen. Así pasa, luego pasan, los años, ellos, alejándonos del mundo, fabricando una galaxia que lo abarca todo porque el olvido viaja en la memoria. Fuimos los días en los meses y los años. La repetición corrobora lo contrario.

Ilustración: Guy Bilout

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