El verano de Madrid

Sí, Madrid como género literario, estival, que se quita la ropa en sus aceras sin prisa, bajo un sol de cerilla y rascador. A lo lejos, un último estribillo silencioso. Hace falta valor para quedarse, evitar la vida como tránsito de tierra, mar y aire. También para mirar el cielo, dormir poco frente a la ventana, resistirse a ser como los otros, veraneantes que no viajan cuando quieren, sino cuando les dejan. Porque eso nos enseña la ciudad en la estación del oro: el agujerito dura treinta días. Después se cierra, regresarán los entierros y el maquillaje en el retrovisor del coche, cierta gloria que hoy se parece a un hueso de cereza en la palma de la mano.

Hace pocas horas que Madrid dejó de acoger a todo el mundo. De gran urbe a pueblo a secas, cemento. Ahora el madrileño habla idiomas con lenguas de otra parte, viste con colores caqui y camina por la sombra, todo para ser contado en historias que duran el tiempo que la espuma moja los pies de un bañista al otro lado. La gravedad pesa lo justo, el equilibrio se transforma ante la ausencia de pasos y el murmullo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Madrid en el verano? De la nada, pero es nuestra.

No me queda claro eso de ser por fin nosotros en una ciudad que imita a los desiertos. Ni rastro del chotis, los claveles ni esos cristales llenos de luz como pintada. Mi portero riega la finca unos metros más abajo. Entonces pego la cabeza a las vías de tren que atraviesan mi jardín imaginario, percibo el latido de una criatura en su barbecho. Dentro de poco volverán las ganas. Madrid de rompeolas, Madrid sin fugitivos, Madrid de huesos nadando en la piscina. El resto… no pasaría nada si no vuelven. Pero siempre encuentran el camino a casa, siempre.

Ilustración: Guy Billout

4 comentarios en “El verano de Madrid

  1. Dentro de esa espiral de cultura refinada y distinguida del resto que intenta trasmitir Madrid, propongo que se levante un muro hacia los verdaderos héroes de estos tiempos: los turistas que se atrincheran en Madrid. Hace poco que tuve la suerte de huir de allá sin billete de regreso y, por algún extraño motivo que no por interesante voy a entrar a analizar, he notado que mis pulmones trabajan mejor, la sangre fluye por mis venas y arterias con mayor velocidad y que duermo del tirón.

    Como siempre, un placer leerte. Me gusta encontrar reflejado esa idiotez que nos guía con mano firme hacia la uniformidad. Un fuerte abrazo. Adelante!

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  2. Buenos días, Javier.
    A mí Madrid me queda demasiado lejos. No tanto por la distancia, sino por la lejanía del Mar.
    Tendré alma de Salmonete o de Besugo. En cuanto me alejo del agua suenan todas las alarmas.
    De todas formas, Madrid es más bonita cuando se ve a través de tu prosa poética.
    Un abrazo.

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