María y el silencio

María trajo silencio. Se limitaba a acomodar su cuerpo sobre el edredón, el sudor por dentro de la nuca. Luego respiraba por los ojos frente al universo. Bajito, sin esfuerzo, como esos ríos que parecen lagos, tan profundos, tan silenciosos, tan de mar. Su silencio evitaba los malentendidos, convertía las palabras en algo inútil, sucesiones de vocal y consonante que nadie necesita cuando su omisión lo dice todo. Las palabras están sobrevaloradas. Palabra de escritor, silencio de María, ese silencio nuestro.

Hace tiempo que los humanos dejamos de escuchar silencios. Será porque no existen. En ausencia de ruido, el sistema linfático y sanguíneo resuenan imitando a los obreros. Todo es pensamiento, coches, miedo a la desnudez que trae la calma. María descifraba el estruendo de dos que callan, parecía cómoda en un paisaje líquido porque, sin volumen, la vida recupera su dimensión casi sagrada. Shhh.

Dicen que «el camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio». No lo creo. El silencio nos permite observar lo pequeño desde el lugar que le corresponde, un espacio donde no somos en el tiempo, sino que el tiempo es en nosotros. Solamente aspiraremos a ser libres si aprendemos a no decir nada. Qué extraño. Todavía escucho a María en esa cama, mirando el techo y por lo tanto al cielo. Eran las diez de la noche de un silencio. Y comenzó a llover ahí fuera.

Ilustración: Simon Bailly

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