¿Qué ocurre? Todos dicen medias verdades, verdades a medias, mentiras creíbles y verdades sin credibilidad. Políticos cuya trayectoria y ética parecían intachables, periódicos empeñados en imprimir el lodo en primera página y en bonitos colores, periodistas manejados por las cuerdas visibles del poder, todos. Mientras tanto los ciudadanos de a pie -simples espectadores de una película universitaria muy mala- intentan sacar conclusiones bajo una narcotizante nube de palabras copiadas porque, ¿a qué nos podemos aferrar cuando la verdad no se encuentra entre los flotadores del Titanic?
Ahora resulta que la tesis y el libro de Sánchez son un best seller, que Inda y Ana Rosa tienen la respuesta a todas las preguntas subrayada en amarillo fluorescente, que citar es copiar, que las evidencias son falsas, que el Tribunal Supremo está repleto de gente insignificante, que plagiar ya no solo es el modus operandi del arte sino también de la política y la educación, que para ser doctor uno deber ser impaciente y antes amigo de, y que el esfuerzo en este país es sinónimo de colaboradores anónimos o rima con negro.
Ya no sabemos qué creer en España: Franco era un dictador/torturador/golpista o un señor bajito de bigote rebelde y con evidentes dotes para la estrategia bélica, Rajoy es gay pero está casado y tiene hijos y además sale más en los medios desde que no es presidente, Sanchez es un hombre que proyecta una sombra de larga nariz tan solo cien días después de que comenzara a gobernar y el portero de mi casa, guardián de la finca e inquilino del bajo izquierda me dice al oído y con unas gafas de 3D anti-verdad, que la mentira es la lengua oficial del Estado. Él es rumano y solo entiende su dialecto…