
Luís Zahera. Por fin un secundario en el cine español con la capacidad de ser el protagonista absoluto en cada escena. Porque da igual si a su vera están José Coronado, Luís Tosar o Antonio de la Torre —el triunvirato de actores más en forma del panorama patrio—, él arrasa, brilla como un diamante sobre una sábana de terciopelo negro… y lo hace sin levantar la voz, con la gracia de compartir fotograma en el balcón, pazo o pies descalzos a orillas de la Illa de Arousa.
Porque hacer películas, como casi todo a excepción de la escritura y el onanismo, es un juego de equipo en el que solo aquellos dotados con la intuición para entenderlo en toda su extensión son conscientes de que sacrificándose ganan todos, que pasar la pelota es un arte en sí mismo y que, algunas veces —más bien pocas—, el mundo reacciona, nos da un codazo en las costillas y no tiene más remedio que decir que así es, que el mérito es siempre compartido.
Después llegan los premios,¡hostias, los chinos!, los reinos desmantelados por la corruptela patria y los desastres ecológicos, y Luís puede seguir siendo esa cara que todo el mundo reconoce y, sin embargo, nadie asocia a un nombre porque, en realidad, ese es el verdadero trabajo del actor: desaparecer dentro de los personajes que interpreta y, en el caso de Zahera, ser Ferro, Petróleo, Releches o ese que siempre ha estado ahí.
Ahora haced una cosa e id al cine a ver «El reino». Al llegar a la escena que ilustra la foto de este artículo contended la respiración. Parece una comedia, un diálogo improvisado, personajes de ficción embutidos en trajes a medida. En cambio, los ojos, la voz entrecortada, la baba en la comisura de los labios y la hija de la gran puta de Frías nos recuerdan que es real e interesante porque incluye a Luís Zahera.
Galiza, terra de loitadores.