La gente que lee sueña mejor. Incluso son mejores personas, precisamente porque callan. Quizás porque entre las manos sostienen un libro ingrávido de vidas ajenas que a la vez son las suyas, durante un trayecto, con cada latido, con cada gesto entre páginas que silban. La gente que lee son mayoritariamente ellas, con el cuello curvo ante el precipicio, las manos sueltas y firmes, las pupilas ladeándose y la certeza de que, suceda lo que suceda, será mejor que levantar la vista. Porque la gente en una encrucijada de palabras se permite el lujo de bajar la guardia, recibir golpes que dejan una huella con olor a mar, sin marcas y un marcador, en ocasiones un lápiz que sirve para recordarles que lo leído ya existía en ellos sin saberlo; y por eso sonríen.
Leer es maravilloso. En ocasiones mejor que escuchar música. Sin embargo, observar a un lector es una experiencia similar a comenzar un libro. Su anatomía se afloja, vuela bajo, renace. También al hacerlo en diagonal, o pensando en cosas más mundanas. Es con la lectura que un hombre es árbol sin raíces y conectado a la mujer de enfrente, que una mujer es luz en el reflejo de una ventana húmeda, que un niño es hombre, mujer, tal vez el viejo que da de comer a las palomas.
La gente que lee me gusta mucho. Incluso más que terminar un libro. Será porque en todos ellos existe la promesa de lo próximo, de lo que llegará y se resiste a llegar y al mismo tiempo no es lucha. Porque en los libros se encuentra todo menos el sexo en los baños públicos. Bueno, eso también, pero limitado por la imprenta. La gente que lee es un misterio idéntico al orgullo de los libros leídos, a ese hacha de tinta «que rompe el mar helado dentro de nosotros».

Me ha encantado el aguijón y la temática, compay. Ta love you.
Me gustaMe gusta
Ay, querido Lalo. Muchas gracias por decírmelo. Yo también te quiero mucho. Abrazo enorme
Me gustaMe gusta