Sucede desde antes de que las estrellas tuvieran nombre. Alguien comienza a prosperar, extraño verbo. Parece salir de ese círculo de aristas que forman el trabajo, las aspiraciones y los días al galope. Así el desvelo es transformado en una forma rara de tranquilidad, la que, por ejemplo, otorga una madre que mira a las nubes e inventa historias. ¡Otra vida dentro de esta era posible!, como posible era construir un palacio en la copa de una higuera, el Edén en un balcón, un rincón para el aire y sin embargo nuestro. En definitiva, que a uno le vayan bien las cosas significa darse el lujo de volver al niño que se resiste a morir a fin de mes. Entonces algo derriba al adulto.
Puede ser una inundación, un rayo. También cosas más de andar por casa: una lavadora rota. Cada palo sujeta un velamen a la medida de sus imposibilidades. Y lastran las pérdidas y el ansia por quererlo todo rápido cuando el tiempo pasa lento si pretendemos colmarnos y colmarlo de postales. No se trata de dinero, sino de tener el suficiente para vivir y un poco más. La cuestión es para qué.
Nótese que en ningún momento mencionamos a una persona, sólo cosas y gas. Por tanto, en cada paso alguien nos fue salvando sin querer. Es más, su presencia abarca tanto que nos olvidamos de incluirlos en las meditaciones. Y es que el yo ha hecho mucho daño, a uno mismo y a los que sueñan cerca. Son ellos los que nos velan sin esperar nada a cambio, como si fuéramos esa nube que siempre regresa con una historia. Y resistimos al poder contarla.

Ilustración: Darek Grabus