Era León Benavente

A veces hay que sentarse a escuchar, antónimo de oír. Este acto, en principio inocuo, es revolucionario. Por eso cada vez que los León Benavente publican un disco merece la pena subir el volumen y leer la historia de cuatro hombres que concentran en diez canciones dos años de vida, momentos en los que nadie quiso irse de una fiesta que, de momento, ha terminado. De ahí que su música sea la mejor manera de celebrar lo que era o fue y, en caso de volver, será diferente, incluso mejor. Frente a ese escenario un poco triste —también esperanzador porque aquí siguen— reivindican el no a la nostalgia y tiran de memoria, la única capaz de convertir un corazón en galleta. También a un grupo de acompañamiento en una fiera.

¡Qué aspiración aquella de embotellar el rayo! Y es que al final casi nadie es capaz de distinguir los fuegos artificiales de una chispa en la penumbra. Por eso este disco cuenta, por eso y porque canta de lo que sucede sin pretender hacerlo de todos los mundos. Ahí reside el deleite de espantar el mal. Librarse de él resulta más difícil porque siempre va cuesta abajo, justo en la dirección contraria de una banda que gira y gira y gira. Luego vive y brinda.

A pesar del ambiente en un sector dislocado, el disco deja un poso de esa felicidad que no procede de nosotros mismos, sino del fondo de las buenas canciones. Muchos se empeñan en traérnosla cuando, en realidad, ésta hace acto de presencia cuando se van. En todo caso es viernes, el rayo se llama «Era» y con él han demostrado que en sus manos todos los placeres de la juventud y la vejez están a salvo. Enhorabuena, queridos míos.

Ilustración: Coqué Azcona

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