Tu materia, esa que cargas y titila, está hecha de estrellas. Dos, tres, mezcla de cientos que brillan en ojos y auroras, sueño al otro lado estando vivos. Con eso debería de bastarte. Tú, ingrediente forjado en el corazón de millones de años luz, oscuridad y vientres. El azar, la ciencia de los hombres con sus combinaciones de química y átomos, una explosión, todo eso te puso aquí, en lo olvidado y su presente, estructura que siente y se sostiene, explora y mira un Madrid sin bandera por un tiempo. Después desaparece. Fugaz el astro, fugaz tu rastro. Repito. Con eso debería de bastarte.
En cambio, aspiras a otros firmamentos, cable a cielo. Sucede al crecer mirándote los pies, aspiración de crucifijos en el aula, otro anuncio cubriendo una fachada. A veces se nos olvida. Desde una perspectiva cósmica no hay nada más precioso que esta vida, la nuestra, que imita a los diamantes sobre el terciopelo negro (perdón por la metáfora). Locos y nunca únicos, ¡hay demasiadas galaxias! También agradecidos, incluso en la pena y la muerte de un cometa, de los otros.
Sorprende comprobar que, siendo estrellas, cada uno elegirá la suya. Bien por ahí arriba, Betelgeuse, otro problema, más piedras preciosas entre la basura o la última tendencia. Da igual: los brazos no nos alcanzan, de ahí que perseguirlas se convierta en la peor manera de ignorar la noche antes del desayuno. Imitemos a Rimbaud y tendamos guirnaldas y cadenas de oro entre esferas, bailemos con la gravedad que empuja la materia. Y, de pronto, en nosotros nace el firmamento. ¿Qué más quieres, qué más, qué? Todo.

Me volveré en coleccionista de estrellas… Pondré sus nombres en mis poemas.
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Hazlo. Será una colección del pasado en el presente. 3 billones de galaxias dan para muchos nombres. Acuérdate de mi.
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