Cuando llega la muerte

Llega la muerte. De noche, en domingo, siempre a la contra. La vida nunca nos prepara, ni para el destello ni para el último latido. Entonces, uno le coge la mano al que se muere o se está muriendo y sabe que se acaba. El silencio viene a recordarnos que lo peor no es la muerte, sino lo que se muere en nosotros al perder a un padre, a un amigo, a un perro. Es extraño. Parece que la muerte lo cambia todo. Pero todo sigue igual. La noche imita a un sueño y el cielo se levanta con la luz del sol. Hay ruido en la calle. Los niños juegan. Todo es distinto.

Recuerdo cuando en el mundo no había muerte o se trataba de algo muy lejano. Los días discurrían en el buen sentido y romperse un hueso era motivo de orgullo. Se podía vivir eternamente. Así pasan el tiempo y la lluvia. Y la muerte aparece con su herida. También la muerte del amor, la muerte de las aspiraciones, nunca la muerte de la muerte. Quizás esta certeza nos ayuda a aprovechar la tarde. Pero no lo hacemos. Hay algo de ese niño que se niega a dejar de serlo siempre.

Mejor penar que morir lentamente. Mejor vivir sin miedo a la muerte que temer su garra. De esta forma, el tomate sabe a tomate, aunque sepa a agua, y los encuentros con madre o con amigos tienen algo de celebración. En lo ordinario está el milagro. La muerte tiene algo de apacible, como si después de tanto sufrimiento fuera necesaria para el que se muere y para los que lo ven morir. Después, un operario de la funeraria le pega los labios al muerto. Los vivos hablarán siempre de las cosas que decía el que hoy sigue estando sin estar. Por fin descansa en nosotros, por fin.

Ilustración: Guy Billout

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s