Somos un cúmulo de cicatrices visibles e invisibles. Porque sin cicatrices no hay dolor, un dolor procedente de la felicidad que escarba piel y tiempo. Si la piel nos define como humanos, con sus grietas y pozos cada vez más secos, el recuerdo va dejando marcas. A veces con forma de escalpelos. Otras con forma de resbalón o por la noche, «estaba a oscuras». Las peores son las que van por dentro, las que se ven por fuera. Los ojos nunca mienten. La luna, el sol y la ausencia. Resulta extraño comprobar cómo las cicatrices reclaman su condición de herida primigenia. Resulta inevitable. De ahí esta risa huérfana.
La felicidad no deja rastro. Todo lo que marca viene de los otros y está en uno. Así pintamos tatuajes sin color sobre la dermis, los mismos en todos con otras formas y otros gestos. Cicatrices en las muñecas, cicatrices en la barbilla, cicatrices debajo del ombligo, cicatrices en ninguna parte, cicatrices en este cielo atravesado por aviones. Dejamos de vivir para ir tirando de ellas y con ellas. Tal es el ciclo del ser humano herido. Rotura, grito al aire, desangrado, a veces sobreviene la muerte. En el mejor de los casos, costra, cura de tiempo, reconstrucción de la zona de guerra. Cicatriz. Y aceptamos.
Todas las cicatrices vienen con historia. Es más, son las únicas fotografías resistentes al paso de los años. La cicatriz no crece, aunque palpita cuando llueve y es verano. A nadie se la ha ocurrido hablar de la epidemia de cicatrices que asola el mundo desde la era de los dinosaurios. Están por todas partes y en ellas nos reconocemos. Al besar, besamos una cicatriz, la de los labios que quieren olvidar el cuerpo por un rato. Al dormir, velamos las heridas. Una cicatriz es una pérdida que viene a nuestro encuentro. Nos han cosido a ellas. Hay que reclamarlas con orgullo: medallas con olor a piel vivida.

Ilustración: Guy Billout
Exacto, Javier.
Muchos se empeñan en tapar las cicatrices que nos crea nuestra vida y son el mejor recordatorio de haber vivido.
Las que más duelen son las que no se ven, pero esas… esas son nuestras íntimas vivencias.
Un abrazo.
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Esas, querido, esas…
Abrazo enorme
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