Ayuso no somos todos

Un cartel con la cara de la Presidenta de la Comunidad de Madrid y la leyenda «Ayuso somos todos. ¡Gracias por cuidarnos!» ha aparecido en la puerta de mi bar habitual. Así, de repente. Y hay más. Hasta seis conté junto al pulpo a la plancha a 18 euros y a lo largo del kilómetro torcido a la derecha de Ponzano. Porque este es un territorio levantado en torno a la Ayusomanía y la caña como epicentro de la cultura, que quede muy claro. Todos aquellos que lo cuestionen tienen dos opciones: irse a beber a casa o directamente callarse. He ahí la libertad a la madrileña.

La cosa es que llamar al boicot parece poco razonable, más si tenemos en cuenta que los dueños de estos establecimientos no pretenden hacer daño a nadie, mas bien mantener un modo de vida en clara confrontación con la vida misma. Sin embargo, esta vez decido no entrar. Y es cierto que el ambiente, el murmullo de gente que grita y mea fuera de la taza, todo sigue igual y, sin embargo, algo ha cambiado. Serán los ánimos y una razón que se le escapa a la mayoría: los lugares de reunión son ahora los lugares que nos separan… excepto las lápidas.

Así llegamos a un punto en el que es imposible separar el ocio de las papeletas, los brindis de la conciencia de clase, la sed del hambre que pasan los más afectados por la crisis. Desterrada la razón de la política, se adopta la pasión de la barra del bar y así una calle, la mía, deja de ser transitable, al menos el tiempo que conviva la cara de un político con el lujo de beber sin discutir. Ayuso, por desgracia para algunos, no somos todos, y la ciudad está en peligro no porque ella sea mala, sino por ignorar el mal ocasionado al grito de ¡salud!

Ilustración: http://www.biancabagnarelli.com

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