Cinco guarismos. Nuestra existencia y sus raíces sometidas a la aritmética. De media tardamos 26.000 días en salir, subestimar al mono y apagarnos. Al aplicar el día como medida de pasatiempo conseguimos reducir el intermedio a un puñado de satélites y sorbos, de ganas y deseos. No sucede lo mismo con los años, quizás por abarcar más en nuestro intento de alargarlos. En cuanto a las semanas, bien, gracias. Pocos cuentan en ellas; tampoco en estaciones. Quizás la gente de campo, esos de país y biografía. Si recuperamos la medida de los días, variable del afán y sus desgracias, somos conscientes de lo poco que vivimos, de lo mucho a lo que aspiramos de lunes a domingo. Más el viernes en un baile. Estuvimos en ellos; y ellos siempre en nosotros siendo otros.
No quiero descontarme ni añadir si el resultado da una vida. Una vez vi deshacerse el mundo o hacerse en contra. En un espejo y un plato sopero. Lo más extraño resulta comprobar que empleamos menos de 26.000 días en llegar a 26.000. Nos basta con unas horas. Sin embargo, queremos extenderlas, díashorassemanasaños, volver a ser habiendo sido en un tiempo de arrastre. Extraña forma de avanzar restando. Porque el que arde deja una estela de carne, y del calendario se alimentan los gusanos.
25.521, 25.522… Todos podemos hacerlo aún siendo de letras. Porque en ellas encontramos un abrazo largo. Cierto que la calculadora nunca miente y uno destaca por su inexactitud, pero el cuchillo en toda cifra revela lo peor de todo ser humano y toda máquina. Daría igual empezar por el final, veintiséis mil, ir bajando en unidades hasta alcanzar la sombra del cero. Resulta que el antes de la vida nada tiene que ver con la muerte. Equivocarme, a eso aspiro; por el amor a las palabras y el lenguaje, por el desprecio de limitar lo vivido a una cuenta que además no sale. Nunca.
