No quise ir al concierto de Black Crowes. Rafa me ofreció la entrada. Gracias, pero no. Dio igual. Pasé por delante del recinto, vi a hombres que fueron jóvenes el otro día. Camisetas negras, cuervos, canas, menos pelo. Hay noches en las que es mejor darle tregua a la nostalgia, conservar en ámbar aquel cuarto adolescente lleno de canciones y futuro. La memoria tiene truco, magnifica el buen recuerdo, reduce los malos a música de fondo. Es más, a veces falla, de ahí que no haya gafas para cuando está cansada. Mejor seguir andando sin mirar atrás, mejor seguir pensando que fue un sueño. Todo esto me dije. Seguí andando.
Creo que me arrepiento. Un concierto siempre es un concierto. Además, si siguen en esto será por el dinero y la ciática. Chris y Rich también fueron hermanos míos, gente pálida de blues y Otis Redding, libros de instrucciones en caso de extravío. Eran perfectos, flacos, les gustaban las guitarras y a veces, en las fotos, parecían chicas. Ahora tienen la edad de sus padres ya de viejos. Tienen suerte.
Por esa razón he evitado sus vídeos del concierto. Los quiero vivos, aunque uno viva hasta el último acorde de la única canción. Quizás por eso decimos que «el que sufre tiene memoria» y la música, en cambio, pasa por encima de estas cosas de los humanos siendo tan humana, captura para siempre lo que se pierde al respirar. Echo de menos algo que nunca sucedió. Por eso suena fuerte «Hard to handle» en el patio de vecinos.
