Se ha rapado la cabeza…

Sé que muchos de vosotros estáis pasando por lo mismo. Su familia bien, gracias; sigue cobrando la prestación por desempleo o trabaja desde casa; se alimenta mejor, manteniendo la línea entre proteínas, hidratos y caroteno; nada de alcohol o sueños en los que un gato chino con el puño en alto como un republicano le araña la cara y, sin embargo, el otro día salió del cuarto de baño y os enseñó su nuevo ‘look’. «La madre que te parió» clamasteis, «¡te has rapado al cero!».

Y así, de pronto, vuestro novio hirsuto es el vivo reflejo del niño del pijama de rayas, una víctima del sistema penitenciario casero que no tiene muy claro si lo hizo porque sucumbió definitivamente al aburrimiento, a la curiosidad de tener la expresión de grima de la teniente Ripley frente al ‘alien’ o porque era la mejor manera de desafiar las normas de género mientras nadie mira. Y es que ahora su cabeza es su peluche, el sustitutivo perfecto de ese labrador que nunca entró en casa precisamente por ser un foco de pelo móvil.

Que no os engañe, ¡la ha cagado! Pasados esos momentos de euforia amenizados con envíos masivos de ‘selfies’ a los colegas, entenderá por qué solamente Brad Pitt o Alberto Jiménez —excluimos a Zidane que es calvo calvo— son las únicas criaturas vivientes que pueden presumir de redondez sin alopecia y seguir levantando pasiones. Ya lo decía James Brown: «El cabello es lo primero y los dientes el segundo. Cabello y dientes. Si un hombre tiene esas dos cosas, lo tiene todo». Pues ahora muchos idiotas están rapados. Yo incluido.

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